“Me han robado los diezmos y ofrendas que me corresponden. Ustedes están bajo maldición porque toda la nación me ha estado estafando. Traigan todos los diezmos al depósito del templo, para que haya suficiente comida en mi casa. Si lo hacen, dice el Señor de los Ejércitos Celestiales, les abriré las ventanas de los cielos. ¡Derramaré una bendición tan grande que no tendrán suficiente espacio para guardarla! ¡Inténtenlo! ¡Pónganme a prueba!” (Mal. 3:8-10, NTV).
Robar a Dios es hacer trampas con los diezmos. Si su pueblo cumple con el diezmo, Dios los promete abundante bendición, ¡más de lo que les ha costado obedecer! A pesar de las broncas que Dios da, el gran deseo suyo es bendecir a su pueblo. El profeta ha denunciado los males. Dios no disfruta del castigo. Su deleite es bendecir. Quiere que su pueblo se comporte de manera que esto sea posible.
Desde el principio de la nación, los israelitas habían sabido el camino de la bendición y el de la maldición (Deut. 28). ¿Cómo es posible que no se comporten como deben para ser bendecidos? No aprendieron esta lección. Dios exige vidas santas y rectas en comparación con las de la sociedad en que vivimos. Esta rectitud se ve en la administración de nuestros recursos. Ellos ofrecían animales enfermos; no daban el diezmo. Los creyentes de hoy tampoco somos generosos, como Dios lo es con nosotros. Solamente damos lo que nos sobra. Esto es ser miserables y mezquinos. Ofrecimos nuestras vidas al Señor, pero le damos poco dinero. Después vamos estrechos. Cuando somos tacaños, no llegamos al final del mes. La viuda que Jesús observó en el templo ofrendó todo lo que tenía, contenta de poder hacerlo. Dios desea ser generoso con nosotros, pero le obligamos a retener la bendición con nuestra tacañería.
¿Cómo se interpreta esto para hoy? Los del “evangelio de la prosperidad” dicen que si das, el Señor te vuelve el doble. Pero esto no es un negocio. Los hay que dicen que no hay bendición monetaria en dar, que esto solamente era así en tiempos del Antiguo Testamento, que ahora las bendiciones son espirituales. Creo que hay una línea media: hay bendición en el reino futuro, pero también ahora. El creyente sabe que tiene un Padre que vela por él (Mat. 6:32, 33). En términos generales, Dios recompensa a los generosos. Esto incluye bendición material: “El alma generosa será prosperada” (Prov. 11:25). “Dad y os será dado…” (2 Cor. 9:6-11). “Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7). Dios será generoso con nosotros como lo hemos sido con otros (Filipenses 4:15-19). Hay recompensa ahora y en la vida venidera, juntamente con persecuciones: “De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijo, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones, y en el siglo venidero la vida eterna” (Marcos 10:29, 30). Hay bendición en lo natural y vida eterna, juntamente con persecuciones. Dios sabe lo que conviene. Seamos generosos con Dios, si queremos que Él lo sea con nosotros.