LA FE, LAS OBRAS Y LA RECOMPENSA

“Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová?” (Mal. 3:13, 14).
Los judíos en tiempos de Malaquías, que era contemporáneo de Nehemías, se consideraban buenos creyentes. ¿No habían vuelto del exilio para reedificar Jerusalén? Fueron ofendidos por las acusaciones de no honrar o temer a Dios, de no ser fieles los unos a los otros, de robar a Dios, de estar lejos de Dios, y de haber hablado en contra de Él. ¿Cómo es posible que el profeta les acusara de estas cosas tan fuertes? No dieron crédito a sus oídos. Exigían evidencias para justificar estas acusaciones, y el profeta presentó la evidencia visible que mostraba que detrás de su superficial cumplimiento de la ley de Dios había un corazón incrédulo. No temían ni honraban a Dios: le presentaban animales enfermos. No eran fieles los unos a los otros: se divorciaban de sus esposas, se casaban con mujeres paganas. Robaban a Dios: no presentaban sus diezmos. Ofendían a Dios con sus palabras: decían que no sirve para nada servir a Dios o guardar su ley: “Ustedes han dicho:¿De qué vale servir a Dios? ¿Qué hemos ganado con obedecer sus mandamientos o demostrarle al Señor de los Ejércitos Celestiales que nos sentimos apenados por nuestros pecados?” (3:14). Con sarcasmo e impertinencia decían: “De ahora en adelante llamaremos bendito al arrogante. Pues los que hacen maldad se enriquecen y los que desafían a Dios a que los castigue no sufren ningún daño” (3:15, NTV). Los malos prosperaban económicamente y esto les fastidiaba. Culpaban a Dios por no hacer nada. ¡Querían que servir a Dios aportase ganancia económica inmediata!
Claro, los sacrificios correctos, el diezmo y el cumplimiento de la ley no salvan; solo son la evidencia externa de un corazón que ama a Dios, que realmente cree en Él. Creer en Dios es temerle y honrarle; no es profesar fe, como se piensa hoy día. En el libro de Malaquías queda claro que la fe verdadera se evidencia en honrarle, temerle, ser fieles los unos a los otros, sobre todo en el matrimonio, en diezmar, y en afirmar que sí, que vale la pena obedecer a Dios, aunque la remuneración no sea inmediata, aunque no se vea hasta el día del juicio. El profeta dice: “El día del juicio se acerca, ardiente como un horno. En aquel día el arrogante y el perverso serán quemados como paja. Serán consumidos desde las raíces hasta las ramas” (4:1).
En contraste con estos impertinentes había los que realmente temían a Dios. Ellos son su tesoro especial. Son suyos. En el día del juicio Dios hará una criba y separará a los justos de los injustos y se verá quién es quién. Jesús se levantará como el sol, “el Sol de justicia con sanidad en sus alas” (4:2), sanidad total, la restauración de todas las cosas, la nueva creación. En aquel día los justos “saldrán libres, saltando de alegría como becerros sueltos en medio de los pastos” (4:2), felices en los nuevos prados verdosos en el reino de Dios, junto a arroyos tranquilos, libres y exuberantes en el frescor y la abundancia de la perfecta creación de Dios. Para siempre benditos. Para siempre con el Señor.