BUENOS PREDICADORES Y PREDICADORES A EVITAR (1)

“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:2).
¿Quiénes son hombres fieles, idóneos para enseñar a otros? Estos hombres fieles son los buenos predicadores que hemos de buscar. Enseñar el evangelio de Pablo, el mismo que proclamaba él. Timoteo tenía que enseñar lo que aprendió de Pablo y encargar a otros a enseñar lo mismo. No hay cambios en el evangelio con el paso de las generaciones (v.2). No se adapta para encajar con la mentalidad de la sociedad actual.
Estos hombres fieles tienen que ser sufridos, dispuestos a compartir los sufrimientos de Cristo: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (v. 3). Tienen que ser hombres dispuestos a renunciar cualquier cosa que les distraiga de su objetivo de transmitir el evangelio: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida” (v. 4). Tienen que ser disciplinados. Guardan las normas de la vida cristiana: la enseñanza de Cristo, las Escrituras: “El que lucha como atleta, lucha legítimamente” (v. 5). Tienen que ser buenos trabajadores: “El labrador, para participar de los frutos debe trabajar primero” (v. 6). La vida de un hombre “idóneo para enseñar” es una de obediencia, disciplina, trabajo duro y fidelidad al Señor Jesús: “Acuérdate de Jesucristo” (v. 8).
La vida de un “hombre fiel” incluye el sufrimiento por causa del Evangelio. De esto Pablo es ejemplo. Está sufriendo encarcelamiento como criminal por amor a los elegidos, para que nos llegue el evangelio. El apóstol es consciente de que la aflicción presente desemboca en la gloria eterna (v. 10): “Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, el también nos negará” (v. 11, 12). El fiel ministro tiene que soportar pruebas y estar dispuesto a pagar con la vida. Si va a vivir y reinar con Cristo, ha de sufrir con Él. Si en el fragor de la persecución negamos al Señor, Él dirá que nunca nos ha conocido en el último día, en presencia del Padre y los santos ángeles.
Timoteo tiene que enseñar a estos “hombres fieles” que eviten discusiones “sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que son para perdición de los oyentes” (v. 14). Las llama “profanas y vanas palabrerías” (v. 16). Los hombres que no son fieles tuercen las Escrituras para que digan lo que ellos quieren. Discuten sobre el sentido de palabras como “cabeza”, para que no signifique líder, “inspirada”, para quitar la autoridad de la Biblia, “hombre y mujer”, para redefinirlos, y otras palabras como “sumisión”, “adulterio”, “conversión” y “arrepentimiento” para rebajar su contenido. Pablo pone el ejemplo de Himeneo y Fileto que cambiaron el contenido bíblico de la palabra “resurrección”, espiritualizándola, para enseñar que la resurrección ya había pasado, o sea, que no vamos a resucitar literalmente (v. 17). Estas vanas palabras son perniciosas. Esta enseñanza conduce a la impiedad, a una vida mundana (v. 16), y la perdición (v. 14).
Para evitar este engaño que trastorna nuestra fe (v. 18), tenemos que aprender a usar correctamente la Palabra de Dios para defendernos contra la falsa enseñanza: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que… usa bien la palabra de verdad” (v. 15). En los días en que vivimos esto es crucial.