“Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18).
En los últimos cuatro versículos de su primera epístola, Juan enfatiza varias cosas que ya sabemos. Es de mucho consuelo y ayuda tener claras estas cosas. Solo repasarlas nos anima. Empecemos con el primero: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”. El verdadero creyente no vive en el pecado, porque el Señor Jesús le guarda para que el maligno no le lleve a su terreno. La manera en que el apóstol se expresa es un poco complejo. Dice: “Todo aquel que ha nacido de Dios” no significa todo ser humano, sino el que ha nacido de nuevo: “los cuales no son engendrados de carne y sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13). Se refiere a la regeneración: a “todo aquel que es nacido del Espíritu”, pues “El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:8, 3). El nuevo nacimiento nos proporciona una nueva vida, que no es una vida de pecado, sino una vida de justicia y santidad. El creyente a veces peca, pero no permanece en el pecado, de la misma manera que el cordero puede caer en el lodo, pero sale, porque no le gusta. Lo suyo son los prados verdes. Pero el cerdo va derechito al fango, porque le encanta revolcarse allí. Es lo que le gusta. Esta es la diferencia entre uno que ha nacido de nuevo y otro que no.
El maligno nos tienta, para llevarnos a la ruina espiritual, pero el Señor Jesús nos alerta del pecado, nos protege de tentaciones demasiado fuertes para nosotros, y preserva nuestra alma para que no nos perdamos. Satanás nos puede hacer mucho daño, pero no puede destruir nuestra alma. Gracias al Padre por habernos incorporado en su familia, y gracias al Señor Jesús por guardarnos del maligno.
Hay dos cosas más que sabemos: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo [lit. “en”] el maligno” (v. 19). Más adelante el apóstol dirá que “estamos en el Verdadero”. Solo hay dos ubicaciones posibles: o bien uno está en Dios, o bien en el maligno. ¡El mundo entero está en el maligno! ¡Qué fuerte! ¡Somos una pequeña minoría contra el mundo entero! “El mundo” es un sistema que se opone a Dios. Tiene su mentalidad, su modus vivendi, sus sistemas políticas, sus ideologías y su agenda, todo en contra de la voluntad de Dios y en enemistad con Dios. ¡Nuestro enemigo es enorme y poderoso, pero nosotros estamos en Dios!
En estos días más que nunca estamos notando la oposición del mundo, controlado y programado por el maligno. Es un enemigo potente con su agenda de erradicar el Nombre de Dios de la faz de la tierra, pero su condenación es seguro.
También “sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna” (v. 20). La afirmación que “el Hijo de Dios ha venido” es para contrarrestar la herejía del día de Juan que Jesús era hombre hasta que se bautizó; entonces se convirtió en Mesías, pero dejó de ser Mesías antes de morir en la cruz. Juan dice, “No. Ya vino del Padre como Hijo de Dios, divino, siempre divino”. Su nacimiento fue un advenimiento. Vino, y nos reveló al Padre, el Verdadero Dios, en contraste con los ídolos (v. 21), que son falsos. Guardémonos de los ídolos.