“Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad; no un neófito. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera” (1 Tim. 3:2-7).
Que reúna los requisitos bíblicos nombrados en el texto de arriba (1 Tim. 3:2-7) y los mencionados en Tito 1:5-9.
Que sea líder. Que tenga la capacidad de unificar la iglesia, de conseguir que la gente le siga. Que tenga la capacidad de resolver conflictos o crisis para mantener la unidad.
Que tenga el carácter necesario, los frutos del Espíritu mencionados en Gal. 5:22, 23, a saber, que sea cariñoso, pacifico, bueno, amable, bondadoso, un hombre de fe, humilde, una persona que puede controlarse a sí mismo, estable y equilibrado. “Es necesario que el obispo sea irreprensible, no soberbio, no iracundo” (Tito 1:7). Que sea maduro como persona, competente, respetable y respetado.
Que entienda asuntos legales.
Que tenga buenos modales, que sea educado y que sepa estar.
Que sea pastor. Que tenga la capacidad de aconsejar, avisar, amonestar, reprender, corregir, animar, confrontar cuando hay pecado, levantar a los caídos, sanar a los heridos, ayudar a la gente en su problemática y consolar a los abatidos.
Que tenga la capacidad de enseñar. Que sus mensajes sean llenos de buen contenido, fáciles de entender, profundos, bien organizados, interesantes de escuchar, aptos para la congregación y edificantes.
Que tenga una buena formación académica, nivel universitario, o el equivalente.
Que tenga buen conocimiento de la Palabra de Dios. Que haya tenido una buena formación en el estudio sistemático de la Biblia. Que conozca bien la doctrina, y que reconozca el error cuando lo oye y que pueda corregir a los errantes (Tito 1:9-11).
Que sea apto para formar a otros: “Él mismo constituyó…a otro pastores y maestros, a fe de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11, 12).
Que tenga un conocimiento profundo de Dios. Que su presencia desprenda la santidad de Dios. Que sea adorador de Dios. Que se note su amor para el Señor. Que sea un hombre de Dios.
Que sea un hombre de oración. “Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra” (Hechos 6:4).
Que sea una persona llena del Espíritu Santo. El diacono tiene que ser “de buen testimonio, lleno del Espíritu y de sabiduría” (Hechos 6:3); el anciano, más.
Que la iglesia le quiera y sea orgullosa de tenerle como pastor.