¿ERES HIJA DE SARA?

“Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si…” (1 Pedro 3:6).

En la mentalidad bíblica un hijo o hija de una persona es una persona que se le parece. Jesús llamó a los de su generación hijos del diablo, no hijos de Abraham como ellos pretendían ser, porque querían matarle, cosa que Abraham no haría, pero el diablo es asesino desde el principio: “Le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueses hijos de Abraham, las obras de Abraham harías, pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre… Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:39-44).Abraham es el padre de los fieles y Sara es la madre. ¿En qué cosas tenemos que ser como Sara si queremos ser sus hijas? Si no somos hijas de Sara, ¿de quién somos hijas? Este pasaje nos explica en qué consiste ser sus hijas:

Someternos a nuestros maridos. “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos” (v. 1). Esto no significa que nos convertimos en sus esclavas, o que somos dominadas o contraladas por ellos, sino que los respetamos como cabeza de la familia y los dejamos gobernar la casa. Ya sabemos lo que pasó en la sola ocasión cuando Sara asumió la autoridad espiritual: propuso a su marido tener un hijo con su esclava, cosa que ha tenía recuperaciones en la historia del mundo hasta el día de hoy, casi tan malas como las consecuencias de la caída de Eva cuando precipitó a la raza humana en pecado. En cambio, cuando Sara obedeció a su marido, aun cuando él estaba equivocado, Dios intervino y la guardó de peligro.

Conducirnos de forma reverente y pura. “la conducta de sus esposas… casta y respetuosa” (v. 1, 2). ¿Qué clase de conducta no convence al marido que nuestra fe es válida? La de la mujer que tiene una opinión baja de él y le trata con desprecio, la que le contesta mal, no le valora, habla mal de él a otros, incluso delante de los hijos, que discute, que va a su bola, que no agradece su aportación a la casa, que le sermonea e intenta cambiarle, que no ve ninguna calidad buena en él. Esta mujer no le va a ganar para Cristo, si él no es creyente, ni le va a ser de ayuda, si lo es. Lo que le llevará al arrepentimiento y al conocimiento del evangelio es su conducta, no sus sermones. La mujer que vive una vida santa, de reverencia y temor a Dios, cuidosa para obedecer al Señor y agradarle, la que se mantiene pura sin mancha del mundo e introduce un ambiente de respeto y amor en casa, esta es la que la ganará para el Señor.
Arreglarnos por dentro. “Vuestro atavío sea el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible” (v. 3, 4). Este arreglo cuesta mucho. Es mucho más fácil arreglarse por fuera que por dentro, porque por naturaleza no somos afables y apacibles, sino egoístas y exigentes. Una mujer puede atrapar a un hombre por su físico, pero la hermosura interna es lo que le mantiene atraído a ella. Él tiene que vivir con ella y lo que quiere es un hogar de paz.
Respetar al marido. “Sara obedecía a Abraham, llamándole señor” (v. 6), no a la cara, sino por dentro (Gen. 18:12). Fue su actitud hacia él, actitud que se reflejaba en su comportamiento. Le trataba siempre con dignidad. Ella es nuestro modelo para las que nos llamamos hijas de Dios. Si seguimos su ejemplo, ella es nuestra madre.