JERUSALÉN, LA ESPOSA

“¡Despiértate! ¡Despiértate! ¡Vístete de poder, oh Sion! ¡Vístete tus ropas de hermosura, oh Jerusalem, santa cuidad!” (Is. 52:1).

Mira este himno:
“¡Despiértate, despiértate, oh Sion! Vístete de tu fuerza divina, de tus ropas relucientes de hermosura, el vestido de novia es tuya: Jerusalén la santa, restaurada a pureza; mansa Novia, toda hermosa y humilde, sal fuera para encontrarte con tu Señor.
De ahora en adelante pura y sin mancha, toda gloriosa por dentro, preparada para el encuentro con el Novio, limpiada de todo pecado; emocionada de amor y asombro, humillada en tímida pureza, sobre tu corazón se escribe el nuevo, misterioso Nombre.
Jerusalén victoriosa en triunfo sobre sus enemigos; Monte de Sion, grande y glorioso, tus puertas nunca más se cerrarán. Los millones del mundo se congregarán alrededor de tu puerta abierta; mientras que el infierno y Satanás tiemblan, la tierra y el cielo adoran.
El Cordero que llevó nuestras miserias desciende a la tierra otra vez; ahora no el Sufriente, sino el Victorioso, para reinar para siempre jamás en cada nación, para gobernar en cada región. O coronación mundial, ¡en cada corazón un trono!
¡Despiértate, despiértate, oh Sion!, el día de bodas se acerca, día de señales y prodigios, y maravillas del Cielo. Tu sol se levanta despacio, pero mantén tu vigilancia, hermosa Novia, toda pura y humilde, sal fuera para encontrarte con tu Señor”.
Benjamín Gough, 1805-1877

“Y oí como la voz de una gran multitud, y como ruido de muchas aguas, y como estruendo de fuertes truenos, que decían: ¡Aleluya! Porque el Señor Dios todopoderoso asumió el reino. ¿Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque las bodas del Cordero han llegado, y su Esposa se ha preparado, y se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino son las acciones justas de los santos. Y me dijo: Escribe: Bienaventurados los que han sido invitados a la cena de la fiesta de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios” (Ap. 19:6-9).

Tantos siglos de preparativos, tantos años esperando la llegada de este añorado día nupcial. Los judíos creían que serían ellos los únicos invitados, que el resto de mundo se condenaría, pero Dios ha detenido la celebración para poder incorporar al mundo gentil en su plan maravilloso de amorosa salvación. El que murió por unos también murió por todos. Su salvación se hizo extensiva al mundo entero, y con ella la transformación de los harapos de nuestra inmundicia en vestiduras de lino fino para el día del casamiento. El Salvador ha llegado a ser el Novio, y la miserable condenada ha llegada a ser la Esposa del Príncipe eterno (Ez. 16). Esta es más que restauración; es gracia que no tiene medida.