“Porque he aquí, Yo creo nuevo cielos y nueva tierra, y de lo primero no habrá memoria, ni vendrán más al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que Yo habré creado. ¡He aquí, transformo a Jerusalem en alegría, y a su pueblo en gozo! Me alegraré con Jerusalem y me regocijaré con mi pueblo, y ya no se oirán en ella voz de lamento y llantos” (Is. 65:17-19).
“¡Alegraos con Jerusalem, gozaos con ella todos los que la amáis! ¡Rebosad de júbilo con ella, los que por ella llevasteis luto! Porque mamaréis a sus pechos y os saciareis de sus consolaciones, y succionaréis gozosos las ubres de su gloria. Porque así dice Yahvé: Yo extiendo como un torrente en crecida la gloria de las naciones. Mamaréis, seréis llevados en brazos, y sobre las rodillas os acariciarán; como a uno que consuela su madre, así Yo os consolaré; en Jerusalem seréis consolados” (Is. 66:10-13).
Estas promesas han sido vertidas en un hermoso himno:
“Jerusalén, mi hogar feliz, ¿cuándo vendré a ti? ¿Cuándo tendrán fin mis tristezas? Tus goces, ¿cuándo los veré?
¡Oh feliz puerto de los santos, o dulce y agradable tierra! En ti no se halla ninguna tristeza, ni pena, ni duelo, ni fatiga.
Tus jardines y tus amables paseos están continuamente verdes; allí crecen dulces y agradables flores nunca antes conocidas.
Por medio de las calles suavemente fluye el río de la vida, y en sus orillas por ambos lados crece la madera de la vida.
Allí arboles para siempre llevan fruto, y para siempre brotan; allí para siempre los ángeles reposan, y para siempre cantan.
¡Jerusalén, mi feliz hogar, ojalá que estuviera en ti! ¡Ojalá mis penas hubiesen terminadas para tus goces poder experimentar!
Basado en San Agustín, F. B. P., siglo XVI
¿Tú te ves andando por las calles de esta hermosa Ciudad, trabajando en sus campos, o oficinas de informática, participando en su gobierno, desempeñando un trabajo responsable por el cual te has formado aquí, sosteniendo relaciones agradables con tus compañeros de planilla? ¿Te ves paseando por sus jardines con el Señor quien te va mostrando las distintas flores de su nueva creación? La mayoría de los cristianos solo piensan: “Salvarse, e ir a la iglesia; morir, y estar con el Señor”, y su visión de la vida y la eternidad no tiene más contenida que esta.
Abraham no salió de una ciudad civilizada para retroceder a la vida de nómada en el desierto, sino en búsqueda de una ciudad mejor que la que dejó atrás, una ciudad “cuya arquitecto y constructor es Dios”. Dios no se avergüenza de la que le tiene esperando, ¡porque no ha quedado corto! Nos ha preparada una ciudad que supera todas nuestras expectativas (Heb. 11:10, 14, 16). Mentalízate que aquella Ciudad es tu destino final. ¡Tendrás un lugar maravilloso en donde vivir!