“¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa! La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda, la señora de provincias ha sido hecho tributaria. Amargamente llora en la noche, y sus lágrimas están en sus mejillas. No tiene quien la consuele de todo sus amantes; todos sus amigos le faltaron, se le volvieron enemigos” (Lam 1:1, 2).
El libro de Jeremías profetiza el mal que va a caer sobre Jerusalén por practicar la religión de sus padres mezclada con la idolatría contemporánea y así incurrir la ira de Dios. Registra el último intento de Dios de conseguir su arrepentimiento antes de que sufriesen las terribles consecuencias de su pecado. Fue recibido con un rotundo negativo por parte de la población y casi causó el martirio del profeta. Jeremías termina relatando los últimos eventos hasta la caída de la cuidad y la deportación de los sobrevivientes a Babilonia. El libro de Lamentaciones es la reacción del profeta frente a la horrorosa calamidad y su intercesión a Dios a favor del pueblo derrotado y diezmado al que todavía ama.
Lamentaciones es un libro acerca de cómo reaccionas frente a un desastre cuando lo ves venir, cuando has dado muchos advertencias a la gente, orado por ella, y te has angustiado por lo que le va a pasar, y con todo, no hacen caso en absoluto. ¿Qué haces? ¿Qué dices? ¿Cómo te sientes? Estas situaciones ocurren con frecuencia. Pasan con los padres. Avisan a sus hijos de las consecuencias de sus actos, de qué pasará si toman ciertas decisiones, si hacen ciertas cosas, si van con ciertos amigos, o si se casen con cierta persona. Pero los hijos no escuchan. Siguen adelante con lo que quieren y viene el desastre. ¿Entonces qué hacen los padres? ¿Enfadarse y decir: “Te lo dije”? ¿Alegrarse de que han recibido su merecido? ¿Abandonarles a su suerte? ¿Decirles: “Tú te metiste en este berenjenal, a ver como sales?”. ¿Romper la relación? ¿Desheredarlos? Algunos padres reaccionan así. Otros los justifican y cubren por ellos. Otros perdonan la insensatez y se remangan y ayudan. Los acompañan. Algunos cogen las riendas y resuelven todos sus problemas. Ser padres es un aprendizaje en comprender a Dios.
Cuando nosotros no le hacemos caso, ¿qué dice Dios y cómo se sienta? Es la historia de su relación con la raza humana. Advirtió a Adán y Eva de las consecuencias de comer el fruto del árbol. No le creyeron y comieron. Advirtió a Caín. Y así sucesivamente. Dios avisó y avisó. Envió profeta tras profeta. Este es el significado del llanto de Jesús sobre Jerusalén: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mat. 23:37, 38). Os he advertido y ahora es demasiado tarde. El desastre caerá. Efectivamente; cayó en el año 70 y Jerusalén fue destruida. Su palabra final sobre el tema fue camino a la cruz: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotros mismas y por vuestros hijos” (Lu. 23:28). Y Jesús profetizó el terrible sufrimiento que caería sobre ellos. ¿Qué estaba haciendo en aquellos momentos? ¡Iba de camino a ser crucificado para llevar sobre sí las consecuencias de toda la insensatez, pecado, sordera y rebeldía, de la raza humana! No se desentendió. Se involucró. No impidió el desastre, lo sufrió Él. Avisó y avisó y luego tomó las consecuencias sobre sí mismo. Así es cómo Dios reaccionó. Cargó con una culpa que no era suya. Se identificó hasta la muerte con el hombre al que había avisado.
El libro de Lamentaciones registra la reacción del profeta cuando todo lo que él había dicho que iba a ocurrir finalmente ocurrió. Esto es lo que iremos viendo.