EL REY DE PAZ

“Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraban y daba gracias delante de tus Dios, como lo solía hacer antes” (Daniel 6:10).
“Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvió de la derrota de los reyes y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es Rey de paz, sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” (Heb. 7:1-3).
En tiempos de turbulencia política, qué nosotros podamos encontrarnos como Daniel, con las rodillas dobladas delante de una ventana que mira hace Jerusalén, con los ojos escudriñando el cielo, a ver si podemos percibir los primeros atisbos de luz del amanecer del día glorioso cuando desciende el Rey de Jerusalem, el Rey de Justicia, el Rey de Paz. Él es el único rey que puede traer justicia y paz a las naciones. El clamor de nuestro corazón es: “Ven, Señor Jesús”. “Venga tu reino”. Este será el día cuando la voluntad de Dios se hará en la tierra tal como se hace en los cielos.
Daniel, en su larga vida, vivió bajo varios tipos de gobierno y todos ellos perseguían a los creyentes. Nació en Israel, supuestamente bajo la ley de Dios, pero administrada por hombres injustos que perseguían a los profetas que traicionaban la palabra de Dios. Después le tocó vivir bajo Nabucodonosor en una monarquía absoluta. Este rey “mataba a quien quiso y mantenía con vida a los que quiso salvar”. Su gobierno persiguió a los tres amigos de Daniel por su fidelidad a Dios: los lanzó al “horno de fuego ardiendo”. Después Daniel se encontró bajo un gobierno persa, en el cual la ley fue la máxima autoridad. Una vez firmada una ley, no podía ser abrogada. Y aquel gobierno también persiguió a los creyentes. Bajo su administración, Daniel fue arrojado al foso de los leones por su fidelidad a Dios. El libro de Daniel profetizó el imperio romano, gobierno que persiguió a Jesús cuando nació, y después, de mayor, y también a la Iglesia cuando ésta nació, bajo Herodes el Grande, Herodes Antipas y Nerón, respectivamente.
La visión profética de Daniel llega hasta la democracia, una mezcla de hierro y barro, que representa la fuerte autoridad de los órganos de control del gobierno (la policía) y la voz del pueblo. Esta mezcla no termina de ser amiga de la Iglesia tampoco, pero de forma más sutil. En ella la Iglesia descansa bajo su cara benigna, hace componendas con el gobierno, se conforma al mundo y descuida su misión de ser sal y luz a un mundo perdido. En su peor estado la democracia también puede llegar a perseguir a la Iglesia si no se conforma a su mentalidad.
Ninguna clase de gobierno ha traído la esperada justicia y paz que el mundo anhela: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Por eso, el creyente toma su postura delante su ventana que mira hace Jerusalén y tres veces al día va rogando a Dios que venga su reino, que venga pronto el Rey de Justicia y el Rey de Paz, a nuestro amado Señor Jesucristo para establecer su reino en la tierra.