“¡He aquí, vengo pronto!”. “He aquí yo vengo pronto”. “Ciertamente vengo en breve” Ap. 22:7, 12, 20).
Nada menos que siete veces sale alguna forma del verbo “venir” en este pasaje. Tres veces aquí, en la última página de las Escrituras, el Señor dice que viene. Lo asegura, lo promete, lo repite. Cuando amas a una persona, es lo que preguntas al final de la visita: “¿Cuándo nos volveremos a ver?”. Esta cuestión es primordial en el pensamiento del Señor. Nos añora y dice que viene ya. Tiene muchas ganas de estar con su amada Iglesia, y esto es recíproco: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (v. 17).
¡Cómo hemos llegado a amar al Espíritu Santo!; siempre a nuestro lado, siempre ayudándonos y amándonos, siempre enseñándonos acerca del Señor. ¿Dónde estaríamos sin Él? Su trabajo es el de guardarnos en el camino y asegurar que lleguemos con bien al Destino. Cuando nos desviamos, está pronto a darnos un pequeño empujón para que volvamos al Camino. Va supliendo lo que necesitamos para cumplir con nuestro cometido: amor, gozo, paz, paciencia,… El suministro nos va llegando para que podamos ser fieles a nuestro Señor. El Espíritu está siempre presente, compartiendo nuestro gemir, intercediendo por nosotros. Cuán celosamente nos guarda para Sí mismo. Y en esta, nuestra última oración, Él suplica juntamente con nosotros: “El Espíritu y la Esposa dicen: Ven”. Tantos años juntos, nuestra oración llega a ser la suya. Con una sola voz el creyente y el Espíritu dicen: “Ven”.
“Y el que oye, diga: Ven” (v. 17). El que suspira para el retorno de Cristo dice: “Ven”, y quiere que diga lo mismo cualquier hermano que le oiga, juntamente con él. Cuando un creyente desea que el Señor vuelva, es contagioso. Inspira a otros a desearlo también, y quiere que lo digan. Quiere que toda la Iglesia con una sola voz pronuncie la misma palabra, dando expresión al deseo más profundo de su alma: que venga el Amado.
Luego viene la última invitación de la Biblia: “Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (v. 17). La invitación queda abierta hasta el último momento, hasta el momento de la misma venida del Señor. Justo antes de ver la luz cegadora de su manifestación en gloria, una última persona encontrará la salvación de su alma y su nombre será escrito en el libro de la vida. ¡Salvo por los pelos! Hasta que venga este momento, la invitación queda abierta: “Él que tiene sed, venga; y el que quiera, toma del agua de la vida gratuitamente”.
Sale el “Ven” del Espíritu y de la Esposa, el “Ven” del hermano que los oye, y se repetirá en labios de aquel que ha acudido a Cristo para salvación en el último momento. Al Señor le llega nuestra súplica y responde con una última promesa: “Ciertamente vengo en breve” (v. 20). Y el apóstol Juan se une al coro de voces y repite el refrán: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (v. 20). Es su última oración que tenemos registrada, o casi. Con ella finaliza su profecía, y luego se dirige una última palabra a nosotros, o, mejor dicho, se eleva una última oración al Señor a favor de los que leerán su libro, a favor de nosotros: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (v. 21); ¡gracia, hasta que el Señor venga!