“Cántico gradual de David. Jehová, ni se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron: ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí. En verdad que me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre; como un niño destetado está mi alma” (Salmo 131:1, 2).
¡Este salmo de tan solo tres versículos se lee en seguida, pero es muy difícil llevarlo a la práctica! La humildad nos cuesta.
David se compara al niño que ha sido destetado: “como un niño destetado está mi alma”. Está destetado, pero no abandonado por la madre. No está quejándose y ansioso. No se siente inseguro, o desamparado, sino tranquilo y confiado, como el niño un poco mayor, seguro en las atenciones de su madre y su continuado cuidado de él. Ya no es un bebé indefenso que no puede hacer nada para sí mismo, pero tampoco es un adulto independiente. Como el niño de un año o dos confía en la madre en esta nueva etapa de la vida, él confía en Dios. Él está pendiente para cuidar de sus necesidades, pero no como si fuese un bebé, sino un niño un poco mayor. El creyente vive en una etapa entre la total dependencia de un recién nacido y la total independencia.
David es un adulto al escribir este salmo. Refleja su actitud como creyente adulto. El cristiano al ir madurando nunca alcanza un estado de independencia de Dios. Siempre dependemos de Él, pero aprendemos a cuidarnos y hacer las cosas que sí podemos hacer y dejar para Dios las cosas que solo Dios puede hacer. Aprendemos a colaborar con el Señor, y hacer la parte que nos corresponde. Dios no nos trata como bebés cuando ya hemos avanzado a la etapa siguiente en que estamos aprendiendo a hacer nuestra parte, sino como personas responsables.
Necesitamos la humildad de no pensar que, puesto que estamos aprendiendo a andar, ya lo sabemos todo. No somos como bebés de pocos días o meses, pero tampoco hemos llegado. No lo sabemos todo. Todavía hay mucho que tenemos que aprender. Necesitamos la humildad para reconocer que hay cosas demasiado sublimes para nosotros. No podemos tenerlo todo estudiado y una respuesta para todo. Nunca llegamos a esta etapa, ni nos conviene la actitud que ya lo sabemos todo. Al contrario, nuestra actitud es que todavía queda mucho por aprender, que nunca conoceré o entenderé ciertas cosas hasta no llegar al Cielo.
“Espera, oh Israel, en Jehová, desde ahora y para siempre” (v. 3). No nos hemos independizado de Dios. No prescindimos de Él porque ya hemos llegado a mayoría de edad, y sabemos todas las cosas: esperamos en Él y confiamos en Él. Tampoco tenemos el orgullo de pensar que ya lo sabemos todo: hay mucho que no entendemos, y lo reconocemos. Así que estas dos actitudes las aprendemos de este salmo: dependencia madura y humildad infantil. Somos los hijos de Dios, no sus consejeros. Nuestra esperanza está puesta en Él, no en nosotros mismos y nuestros grandes conocimientos. Sabemos bien poco, pero lo que sí sabemos es que siempre necesitaremos a Dios. Y Él siempre está allí para ayudarnos.