VOLVEOS

“Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos” (Zac. 1:3).
El camino a Dios no consiste en las buenas obras, no es ser buena persona, no es estudiar la Biblia, no es recibir los sacramentos, no es creer que Dios existe, ni siquiera es, según la creencia popular, el camino de creer el evangelio, a no ser que este evangelio incluya el arrepentimiento, es decir, todo lo que está encerrado en la palabra “volveos”. Evangelizar no consiste en convencer a una persona que es pecador porque alguna vez habrá dicho una mentira o robado un lápiz en el colegio cuando era niño. Esto es absurdo. Nuestra perdición es total: “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él (nosotros) cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga” (Is. 1:6). El verdadero arrepentimiento es mucho más que un asentimiento mental que somos pecadores. “Todos nosotros descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Is. 53:6). Es coger el camino de vuelta, es “volver”, es dar marcha atrás y seguir en sentido contrario el camino que nos ha alejado de Dios. Es hacer lo que podamos para deshacer el mal que hemos hecho. Es restitución y rectificación. Zaqueo dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lu. 19:8).
El camino de vuelto es Jesús. El es el Camino. Vengo como condenado, merecedor del infierno por mi alejamiento de, y mi desavenencia con Dios, por la enemistad que existe entre Dios y mí a causa de mis ofensas a su Persona. Jesús llevó mi pecado sobre sí; eso lo creo, pido perdón, y rectifico. El arrepentimiento es dar media vuelta y volver por el camino equivocado hasta llegar al Verdadero. Esto es lo que dijo Juan el Bautista, el precursor de Cristo: “Haced frutos dignos de arrepentimiento… Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene que comer, haga lo mismo” (Lu. 3: 8, 10, 11).
Solo el Espíritu Santo me puede mostrar lo lejos de Dios que estoy y cuán perdido. Sin la obra del Espíritu Santo trabajando en la mente, en la consciencia, y en el corazón, no hay salvación posible. Pedro en el Día de Pentecostés, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al air esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2: 36-38).
Juan el Bautista, el Señor Jesús y los apóstoles seguían en la línea de los profetas. También los primeros oyentes del evangelio. Ellos entendieron que volver a Dios significa quitar todo lo que estorba un verdadero seguimiento a Jesús.