RECUPERANDO LA PRESENCIA DE DIOS

“Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?… Pues que tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué me has desechado?” (Salmo 42:9; 43:2).
Estos dos salmos forman uno solo. Esto se nota en el estribillo que se repite (42:5, 11 y 43:5) y en la repetición de otras ideas en los dos salmos. El salmo empieza con lágrimas (42:3) y termina con gozo (43:4) seguido por el estribillo, una última afirmación de fe: esperanza de gozo. Aunque su realidad externa sigue siendo lo mismo, anímicamente está montones mejor, porque su esperanza está puesta en Dios.
Este salmo describe la experiencia de uno de los cautivos de camino a Babilonia en tiempos (probablemente) de la invasión de Nabucodonosor. Estaría encadenado, caminando despacio, dejando atrás la tierra santa, pasando por el Jordán, los hermonitas, y el monte de Mizar rumbo a la cautividad. Lo que le pesa es dejar el templo donde Dios moraba. Se acuerda de múltiples veces cuando subía a Jerusalén con la multitud en fiesta hasta la Casa de Dios dando voces de alegría (v. 4). Ahora va caminando en el sentido contrario escuchando las burlas de los soldados babilónicos: “¿Dónde está tu Dios?” (42:3; 42:10). Parece que su Dios ha sido incapaz de librarles del ejército invasor. El enemigo no sabe que es Él quien les ha dado la victoria para castigar a su pueblo. El salmista lo sabe, pero todavía le duele oír estas palabras del enemigo, pregunta que nos suele repetir a nosotros cuando las cosas nos van mal.
El salmista tiene sed de Dios y se pregunta cuándo volverá al templo, porque estamos en el Antiguo Testamento y si uno quería entrar en su presencia, tenía que desplazarse a Jerusalén. Clama: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (42:1, 2). El alejamiento de Dios le dolía tanto que lloraba: “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche” (42:3). Se derrama su alma dentro de él (42:4). Esta es una persona que ama profundamente a Dios. En medio de su dolor dice: “Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, di ti” desde todos los lugares por donde pasa en el camino al exilio (42:6). No está sufriendo por su culpa personal sino por la de su pueblo. El enemigo se aprovecha de su sufrimiento para chincharle. Le dice: Dios se ha olvidado de ti, te ha desechado (42:9; 43:2), y él se lo traga. Pero lucha para no hundirse. Ejercita fe. Dice a sí mismo: “¿Por qué te abates, oh alma mí, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (42:5, 11 y 43:5). Cuando sufres y tienes a Dios por lejos y el enemigo no para de hablarte, esta es una buena cosa que decir a tu alma: “Espera en Dios; ya verás cómo finalmente terminarás alabándole por ver su salvación”.
Evidencia su fe en Dios: “De día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida” (42:8). Espera en la misericordia de Dios, escucha el cántico del Espíritu Santo en la noche y ora. El enemigo le oprime (43:2). Cuando tú andas enlutado por su opresión, ora lo que oró él salmista: “Envía tu luz y tu verdad; estas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré” (43:3, 4). El enemigo ha apagado tu luz: Pide a Dios entendimiento, comprensión, sabiduría, y discernimiento y con esta luz volverás a entrar en la presencia de Dios. La luz de la Palabra te conducirá a su santo monte, y volverás a encontrar a tu alegría y tu gozo en Dios. El salmista va caminando al exilio, pero tiene fe en que un día volverá a Jerusalén, y tú, en tu oscuridad por la opresión del enemigo, sabes que volverás a encontrar a Dios como antes, por medio de la luz de su Palabra.