LA IGLESIA EN LOS PROPÓSITOS ETERNOS DE DIOS

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… [que nos dio] a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Ef. 1:3-9).
Aquí en pocas palabras tenemos la revelación del gran propósito de Dios, a saber, de unificar todo lo creado, sean seres humanos o ángeles, animales o plantas, la tierra o los planetas, el tiempo y la eternidad, de unificarlo todo en Cristo. Y central en estos propósitos es la Cruz de Cristo que nos hizo aptos de participar con los santos en luz en su reino eterno, la Iglesia siendo la manifestación presente de ello. O sea, la Iglesia es el botón de muestra visible de los propósitos invisibles y eternos de Dios que son la unificación de todo en Cristo. En ella Dios une pecadores a sí mismo: los que antes eran enemigos suyos ya llegamos a ser su hijos, y nos une los unos con los otros. Judíos y gentiles ya formamos un solo cuerpo: pueblos que antes éramos enemigos ya somos hermanos. El mundo de fuera toma nota y dice: “Mirad cómo se amen”, y se van añadiendo los que han de ser salvos. Los que somos gentiles ya no somos “extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:19). Esta es unidad. Los gentiles somos “coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Ef. 3:6). Todo esto habla de unidad.
El enemigo de Dios no quiere unificación. Resiste todo propósito de unidad. Lo suyo es la desunión, desavenencia, enemistad, conflicto, confrontación, división, separación, individualismo y aislamiento. Quiere barraras y distancias. Opone la obra unificadora de Dios. Desafía a Dios. Lo complica para Dios, o intenta hacerlo, y le dice a Dios que no lo puede conseguir. Pero Dios le contesta sin palabras mostrándole la Iglesia. Ella es la evidencia de que Dios lo ha logrado en la tierra y lo logrará a escala mayor en el universo entero. La Iglesia demuestra que la sabiduría de Dios es capaz de lograr tal proeza: “La multiforme sabiduría de Dios ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ef. 3:10, 11). Para que la Iglesia les manifieste esta sabiduría de Dios, tenemos que andar como hijos de luz en medio de la oscuridad de mundo (Ef. 4 a 6). Todo mal testimonio, desavenencia, insumisión y desorden atenta contra los propósitos eternos de Dios de ordenar el universo en Cristo.
Esto nos lleva a la última parte de Efesios (6:10-20) que versa sobre la oposición que el enemigo levanta contra los propósitos de Dios. No quiere que la Iglesia crezca, no quiere que la evangelización sea eficaz, por lo tanto, ha declarado guerra contra los santos, sobre todo, contra los que evangelizan. Quiere destruir el testimonio de los soldados de la cruz. Si no puede, intenta matarlos. Pablo explica nuestra táctica de defensa para que la palabra siga saliendo: Ef. 6:10-18. Estamos en una guerra espiritual. Hemos de protegernos y orar. Termina pidiendo oración por sí mismo: “orando… por mí, a fin de que al abrir la boca me sea dado palabra para dar a conocer el misterio del evangelio” (v. 18, 19). Así la iglesia crece y el enemigo es derrotado al ver que los propósitos eternos de Dios se van cumpliendo por medio de la Iglesia victoriosa.