PARA RESOLVER EL ENIGMA

“En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía. Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la uno contra lo otra” (Daniel 5:5, 6).
¡El rey se descompuso! Justo en el momento de más risa burlona, en medio del sacrilegio de adorar ídolos mientras se emborracharon bebiendo de los vasos sagrados de Dios, cayó el juicio. A gritos, el rey pidió que viniesen los magos, astrólogos y adivinos para leer la escritura y mostrar su interpretación, y una vez más eran incapaces de hacerlo. Esta es ya la tercera vez que se necesitan precisamente los dones que Dios ha dado a Daniel. Dios está usando una serie de misterios que Daniel interpreta para revelarse al imperio babilónico. Él da los dones y provee las oportunidades para su uso.
La reina (probablemente la reina madre), enterándose de la turbación y consternación en la sala de fiestas, entró para proponer una resolución. Dijo al rey, después del acostumbrado preámbulo: “En tu reino hay un hombre en el cual mora el espíritu de los dioses santos, y en los días de tu padre se halló en él luz e inteligencia y sabiduría, como sabiduría de los dioses…” (v. 11). Su intervención nos permite ver la reputación que tuvo Daniel en el imperio. Fue conocido y valorado como un súper hombre. Lo que nos extraña es que no acudieran a él de entrada. Nosotros le tenemos muy presente, pero el rey, no. Pasaron años entre una intervención suya y otra, y mientras tanto, él iba cumpliendo con sus responsabilidades. Cuando nosotros leemos el libro de Daniel, vemos una aventura tras otra, pero en su vida real no era así. Pasaron años sin grandes acontecimientos. Al igual que nosotros, la mayor parte de la vida consiste en cumplir con nuestro deber, y solo de vez en cuando tenemos una experiencia grande de Dios.
Daniel no tuvo ningún interés en usar sus dones para enriquecerse o hacerse una figura prominente. Su humildad nos conmueve. Cuando se presenta delante del rey, es recibido con admiración y adulación por su entendimiento y sabiduría, pero no provocó en él ningún brote de orgullo. No quiso ni honores ni riquezas. Casi oímos la paciencia en su voz cuando dice al rey: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura la rey, y le daré la interpretación” (v. 17).
Estas son las personas que Dios usa en sus impresas, los que no son tentados con la fama o el dinero, los que no buscan popularidad o prestigio, que no usan sus dones para beneficio propio, sino únicamente para Dios. La humildad de Daniel es contrastada con la soberbia del rey. Su integridad es ejemplar. Y tú, ¿puedes estar contenta si tus dones no te ganan ningún reconocimiento?