“Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación” (Salmo 95:1:).
“Desde el fondo del mar, al más alto lugar, desde el fondo del abismo, te alabaré. Desde mi corazón, fuerte o débil esté, cada instante de mi vida, con gozo yo diré: Tú eres la Roca eterna, Señor sobre cielo y tierra; Tú eres Dios. Qué toda criatura adore, que toda nación se postre a ti, Señor, Tu eres Dios”.
En esta hermosa alabanza prometemos alabar a Dios sean cuales sean nuestras circunstancias. Estas palabras nos comprometen. El Salmo 95 nos avisa de las consecuencias de alabar a Dios y no ser consecuentes con lo que hemos cantado. Pone por ejemplo a Israel en Meriba. No alabaron a Dios cuando se encontraron en el desierto sin agua. Vamos a mirar su respuesta con más detalle. Dijeron: “¡Ojalá que hubiéremos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es de sementera, de higueras, de viñas, ni de granadas; ni aun de agua para beber” (Números 20:3-5).
Están resentidos con Dios por la muerte de “sus hermanos”, porque apoyan la rebeldía de los hijos de Coré (Números 16). No aceptaron el liderazgo de Moisés, ni el ministerio que Dios les había dado como levitas: querían ser sacerdotes también (v. 9). Es como alguien hoy que no acepta la autoridad en su iglesia, ni las limitaciones de su participación en el culto a Dios. Los levitas podían servir en el tabernáculo, pero no podían ser sacerdotes. Decían que todos eran iguales y, por tanto, podrían tener el ministerio que quisieron (v. 3). Suena espiritual, pero incurrió la ira de Dios.
No reconocieron que era la mano de Dios que les condujo a aquel lugar. Esto es el equivalente de encontrarnos en una situación mala y no reconocer que Dios nos ha llevado allí. Es pensar que Dios solo nos lleva a lugares bonitos. Dice Dios en el Salmo 95: “No han conocido mis caminos” (v. 10). Los caminos de Dios son caminos de prueba. ¿Los reconoces tú? ¿Puedes decir: “Aunque mis circunstancias son muy malas, sé que estoy en los caminos de Dios para mi vida?”. Esto es fe.
Dijeron que Dios no cumple sus promesas. No nos ha llevado a una tierra hermosa como prometió. ¿Tú piensas que la vida cristiana es decepcionante? ¿Piensas que Dios te ha engañado, que estabas mejor en el mundo? Así pensaban ellos.
Y creían que iban a morir de sed, porque Dios no era capaz de suplir sus necesidades. Estaban alabando a Dios porque Él es su Dios y ellos eran “el pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Salmo 95:7), para luego decir: ¿Por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es de sementera, de higueras, de viñas, ni de granadas; ni aun de agua para beber” (Números 20:5). Hemos cantado nosotros: “Desde el fondo del mar, al más alto lugar, desde el fondo del abismo, te alabaré” para luego decir: “¿Por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar?”. “Oh Señor, ayúdanos a no caer donde Israel cayó. Fortalece nuestra fe. Enséñanos tus caminos. Y, por nuestra parte, que seamos consecuentes. Amén”.