LOS PECADOS DE JERUSALÉN

“Y tú, hijo de hombre, ¿no querrás juzgar tú, juzgar tú mismo a la ciudad sanguinaria? ¡Denuncia entonces todas sus abominaciones!” (Ez. 22:2).

Aquí va una lista de todos los pecados que se cometan en Jerusalén. Dios dice: “Despojan al padre y a la madre; atropellan al extranjero; explotan al huérfano y a la viuda; menosprecian mis Santuarios y profanan mis sábados; calumnian para derramar sangre; tienen relaciones sexuales con la madrastra y con la mujer durante su menstruo. En ti cada uno cometió abominación con la mujer de su prójimo, y cada uno mancilló a su nuera, y cada uno violó a su hermana. En ti se admite el soborno para derramar sangre. Prestas a usura, te lucras con ganancias mal habidas. Defraudas con violencia a tu prójimo. Y a Mí me tienes olvidado, dice Adonay Yahvé” (v. 7-12). Todas estas cosas horribles están ocurriendo en la santa ciudad que lleva el nombre de Dios. Dios ha dictado la lista y la termina con una frase que lo resume todo: se han olvidad de Él.

            La consecuencia es esta: “Te dispersaré entre los pueblos y te esparciré entre las naciones, y haré que tu inmundicia fenezca” (v. 15). El pecado ha llegado a su colmo y Dios destruirá la ciudad y dispersará su gente. “Por ti misma serás degradada a vista de la naciones, y sabrás que Yo soy Yahvé” (v. 16). Otra vez este estribillo. Dios castiga a su pueblo para que sepan que Él existe, que está al tanto de todo, y que su pecado ha llegado al límite. Si no lo hiciese, ¡pensarían que son justos! O que Dios permite el pecado. O que es impotente para hacer nada. El castigo le revela.

            ¿Quiénes son estos que cometen tales atrocidades? Sus príncipes (profetas) (v. 25), sus sacerdotes (v. 26), sus oficiales (v. 27), sus profetas (v. 28), y la población en general (v. 29). Todos son culpables, los responsables de cada esfera del país y los ciudadanos en general. Los profetas matan, roban, y multiplican el número de viudas. Los sacerdotes hacen violencia a la ley de Dios; contaminan las cosas santas; no distinguen entre lo santo y lo común y enseñan que no hay diferencia entre lo puro y lo impuro. ¡Profanan a Dios! Sus príncipes derraman sangre y roban. Sus profetas dicen que Dios ha hablado para dar credibilidad a su propia palabra. Y la gente de la tierra ha oprimido, ha robado, ha hecho violencia al pobre y al necesitado y ha extorsionado al extranjero. Todos son culpables.

            Y luego viene esta frase famosa de parte de Dios: “Busqué entre ellos un hombre que levantara un vallado y que se pusiera en la brecha delante de Mí, a favor de la tierra, para que Yo no la destruyera, pero no lo hallé” (v. 30). Esta palabra clama al cielo. Dios solo buscó a una persona. Solo una. Y no la hubo. La intercesión de una persona habría salvado la ciudad, pero no hubo tal intercesor.  Nos llega al alma esta palabra de Dios. Sigue buscando a intercesores para no destruir, no a nuestras naciones, sino a nuestras iglesias, que son el equivalente ahora, su pueblo. Todos son malos, todos los segmentos de la sociedad, pero un intercesor habría salvado la ciudad, y ahora el diagnóstico de nuestras iglesias es parecido, están llenas de estos mismos pecados, profanan lo sagrado, llaman bueno al malo, justifican el pecado, profetizan mentiras; manchan el Nombre de Dios. Han provocado la ira de Dios y Dios busca intercesores.  ¿Has oído el diagnóstico de Dios? ¿Sabes cuáles serán las consecuencias? ¿Te levantarás tú para interceder? Es urgente.