DIOS, NUESTRO SANTUARIO

“Yo les seré por Santuario” (Ez. 11:16).

Nuestro mundo está lleno de refugiados, personas que han huido de la guerra, del hambre, de la opresión política. Llegan en pateras, barcos, coches y aviones, algunos con maletas, otros solo con la ropa puesta. Dejan atrás escenas de terror y muerte. Han huido porque han querido y han podido. Pero la situación de los exiliados de Judá en tiempos de Ezequiel era peor, porque salieron presos en cadenas contra su voluntad, al país enemigo como presos de guerra, sin derechos algunos. No esperaban recibir asilo político, sino trabajo forzado, desprecio y crueldad. No llegaron en ningún modo de transporte, sino andando, atravesando un desierto, un viaje de 1.600 kilómetros, enterrando a los más débiles por el camino.

Es a éstos que llega la promesa de Dios por medio del profeta: “Aunque Yo los arrojé lejos entre las naciones, y aunque los dispersé entre los pueblos, con todo, les seré por un pequeño Santuario en la tierras adonde lleguen” (11:16). Dios mismo será su Santuario. Un santuario es un lugar de culto, de recogimiento, de paz, de comunión con Dios, de acogida espiritual, de tranquilidad, de refugio y protección de todo lo que está pasando fuera. Uno entra para participar de la esfera donde Dios vive, donde todo está bien, porque Él está presente. Fuera ruge la tormenta, el dolor, la furia; dentro mi alma tiene paz. Esto es lo que Dios prometió ser para su pueblo desplazado, sin hogar y sin esperanza. Les va a dar cobijo. Atrás está la guerra, destrucción y muerte. Ahora van a empezar una nueva vida en este país extranjero. Dios no los va a seguir castigando por su pecado. Esto ha pasado. Aquí les va dar un futuro y una esperanza. Fue en este contexto que Jeremías les había dado la promesa: “Porque así dice Yahvé: Cuando se hayan cumplido setenta años para con Babilonia, Yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar (a Israel). Porque Yo conozco los planes que tengo para vosotros, dice Yahvé: designios de bienestar y no de desgracias, de daros un porvenir y una esperanza. …y haré volver vuestra cautividad” (Jer. 29:10-14).

Ezequiel repite la promesa: “Les seré por un pequeño Santuario…y os congregaré de las naciones en la cuales estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel. Y le daré un corazón y un espíritu nuevo” (Ex. 11: 16-19). Tienen futuro: un día volverán a Israel y recuperarán las casas y tierras que han perdido, pero no serán los mismos, porque la disciplina de Dios habrá surtido su efecto. Dios les promete un nuevo corazón deseoso de hacer su voluntad y obedecer su Palabra. Pero mientras tanto, allí en Babilonia, tendrán el anticipo de lo que les espera: Dios será su Santuario.

Lo mismo es cierto de ti y de Mí. Somos extranjeros en un mundo que no es nuestra patria. Tenemos la promesa de estar en la verdadera patria un día y de disfrutar de la abundancia y la paz, libres de dolor, lágrimas y muerte, pero, mientras tanto, en Dios tenemos nuestro Santuario; en Él encontramos reposo para el alma. Nos llama. Pues,“acerquémonos”. Entremos.