“Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12:1-3).
Lectura: Juan 12:4-8.
Aquí tenemos el mismo relato. Unos evangelistas citan unos detalles y otros mencionan otros, pero en principio es la misma historia. Estamos en Betania, donde vivía Simón, pero no es mencionado por nombre. Allí se hizo un gran banquete y fueron invitadas algunas personas de la aldea. Se supone que invitó a Lázaro porque era una persona importante ¡después de lo que le pasó!, y se sabía que era amigo de Jesús, y a Marta porque valía mucho para organizar y servir. No habría invitado a María porque tenía una opinión muy baja de ella. La casa habría sido grande para hospedar a Jesús más doce discípulos más todos los otros invitados. Por eso hacía falta ayuda para servir. Los fariseos eran personas de medios y podían costear un gran banquete.
Juan nos dice quién era la mujer que entró con el perfume: María. Juan escribió su evangelio alrededor del año 90, muchos años después de que fueran escritos los evangelios sinópticos. Ya han pasado décadas. Podría ser que casi todos ya hubiesen muerto. Así que se podía dar el nombre de la mujer sin avergonzarla. De todas formas, todo el mundo ya sabría lo que había hecho ella. Así que Juan incluye su nombre. Jesús había dicho: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella” (Mateo 26:13). Por eso el incidente está incluido en los cuatro evangelios, si se cuenta Lucas 7 como la misma historia.
María habría sabido de su hermana que iban a hacer un banquete para Jesús y habría pensado que sería una buena ocasión para mostrar su gratitud a Jesús de una forma pública. Lo que no sabía es que Jesús la iba reivindicar de forma pública para que todo el mundo supiese que ella ya era otra persona, porque Jesús la había perdonado. No solo la perdonó, también mostró su aprecio hacia su persona. La elevó al estado de una persona valiosa y apreciada que hizo algo importante en preparar su cuerpo para la sepultura. Restauró su dignidad delante de todos los presentes y dejó mal a Simón, quien ni había tenido la educación de recibirlo como se debe recibir a los invitados. Es más, al perdonar a María sus pecados, hizo constar de forma clara quien era Él: “Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es este que también perdona pecados? Solo Dios puede perdonar pecados. Pero él dijo a mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lucas 7:49, 50). Además de sanar la lepra, resucitar a muertos, ¡también tenía autoridad para perdonar pecados! María quedó como una reina. Simón como mal anfitrión, ingrato, orgulloso, enjuiciador, una persona ruin, mientras que María quedó como una mujer de fe, perdonada por Dios y salva eternamente. Fascinante historia. Brillante como Jesús aprovechó la ocasión que se presentó para hacer salir la verdad acerca de cada uno. María fue perdonada y restaurada; Simón fue sanado de la lepra, pero continuó en sus pecados, porque rechazó a la única Persona que lo podía salvar. Juan fue discreto al no incluir su nombre. María quedó como ejemplo de devoción a Cristo para toda la posteridad.
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