JESUS ES UNGIDO (2)

“Vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio” (Mt. 26:7).
 
            Ayer dejamos el relato emocionante del banquete con Simón censurando a Jesús por dejarse tocar por una mujer pecadora: “Éste, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39). Ella también fue criticada por el despilfarro que hizo en la estimación de los discípulos presentes: “Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio?” (Mat. 26:8). Jesús sufre crítica por las personas que Él acepta, y los que derrochan sus vidas por amor a Él también sufren crítica. Los de fuera no entienden la relación.
 
El evangelio de Mateo sitúa la historia en Betania: “Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso” (26:6). Betania era una pequeña aldea situada unos tres km. de Jerusalén. Esto explica por qué Simón conocía a esta mujer y la trayectoria de su vida. Ella habría estado en boca de toda la aldea por la vida tan sonada que había llevado antes de que Jesús la encontrase. También explica cómo sabía ella que Jesús iba a casa de Simón. Era vecino. En una aldea todo se sabe. Hemos hablado de los motivos que tenía Simón el leproso al invitar a Jesús a su casa. Hace falta constar lo obvio: Simón ya no sería leproso, o estaría fuera de las murallas de la ciudad clamando: “Inmundo”, cada vez que alguien se acercaba a él. En Israel los leprosos no podían tener contacto con los sanos. Tenían que vivir en aislamiento en el campo, lejos de la gente. Ahora: ¡la lepra se contagia, la prostitución no! Jesús se había contaminado ceremonialmente por su contacto con la mujer, pero había puesto en peligro su vida por su contacto con el leproso. Pero esto no lo valoraba Simón.
 
Bueno, aquí tenemos a dos personas, un hombre que Jesús había sanado de la lepra, y una mujer caída que Jesús había restaurado a la dignidad que tenía antes de meterse en la profesión más antigua del mundo, los dos rechazados por la sociedad. Jesús había quitado el estigma de los dos. Uno de ellos le amaba con toda su alma, y ¡el otro lo juzgaba y lo menospreciaba!  ¡Cuánto orgullo! ¡Cuánta dureza de corazón! ¡Cuánta ingratitud de parte del fariseo! Se veía como mucho mejor que la mujer. A ella todavía la rechazaba por su vida anterior.  A Jesús no le importa cómo era nuestra vida antes de conocerlo a Él. Ninguno de nosotros es mejor que estos dos, únicamente en cómo valoramos a Jesús. ¿Él vale lo más apreciado que tenemos? ¿Vale que gastemos todos nuestros talentos, recursos y capacidades en servirle, porque loe amamos con un amor que no tiene medida? 
 
Ahora entendemos de dónde sacó la mujer el dinero para comprar el frasco de alabastro de gran precio. En su antigua profesión se puede ganar mucho dinero. Hay muchas clases de prostitutas y algunas ganan dinero. Habría trabajado en Magdala, una barriada de Tiberias, situada en el lado occidental del Mar de Galilea, donde estaban estacionados soldados romanos, y donde se practicaban toda clase de vicios. Por esto el apodo, “María Magdalena”, María de Magdala, es un descalificativo. ¿Qué hacía una buena chica judía en esta ciudad gentil y corrupta? ¿Qué produjo su caída? ¿Por qué habría dejado su familia para meterse en esta vida? ¿Un desencanto amoroso? ¿Un engaño? No lo sabemos. Pero su degradación fue total, hasta el punto de llegar a estar endemoniada. Y así era cuando Jesús la encontró. Por eso lo amaba tanto, porque le había sido perdonado mucho. Selah.
 
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