LOS TRATOS DE JESÚS CON MARTA

 

“Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana” (Juan 11:1).

     Marta era una persona rápida y eficiente. Ya la vimos cuando Jesús se presentó inesperadamente en su casa: enseguida se puso a hacer los preparativos para la comida; se molestó porque su hermano no la ayudaba. Ahora la tenemos con la pérdida de su hermano, al cual amaba mucho. Cuando oye que Jesús venía, en seguida sale a encontrarlo, pero su hermana se queda en la casa.

     Había mandado un mensaje a Jesús esperando que viniese enseguida, como ella habría hecho, pero no accedió a su petición como ella esperaba y llegó demasiado tarde. ¿Estaba un poco molesta con Él? Jesús no hacía las cosas como ella. A Marta le costaba comprender su forma de actuar. Cuando ve a Jesús, tiene una conversación muy cerebral con Él. No muestra emoción. No llora, ni se postra a sus pies como hace su hermana. Habla desde la cabeza, no desde el corazón. Lo primero que dice es que, si Jesús hubiese estado, no se habría muerto su hermano. Esta es una afirmación de fe en el poder sanador de Jesús. ¿Conlleva una reprimenda sutil? Continúa diciendo que aún ahora podría orar y Dios contestaría su oración. (La palabra griega para “pedir” aquí se emplea de un inferior pidiendo a uno superior.)  Tiene a Jesús por una persona que pide cosas a Dios, y Dios le contesta. Cree que Jesús puede sanar y que Dios puede resucitar a muertos, si Jesús se lo pide. Cuando Jesús le dice que su hermano resucitará, es un golpe mortal a la esperanza de Marta. Ya pierde la fe en un milagro eminente. “Claro, en el día postrero”. Es una respuesta doctrinal, cerebral. Jesús no puede hacer nada. Tendrá que esperar al día de la resurrección.

     Lo que Jesús quiere trabajar es su comprensión de quién es. Por eso le dice que Él es la resurrección y la vida: “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Luego le pregunta: “¿Crees esto?” Jesús ha llegado a lo más profundo de Marta. Ya no está hablando de lo que sabe, sino de lo que cree de todo corazón. La insistencia de Jesús ha dado su fruto: “Le dijo: Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. Esta es una afirmación tremenda de fe de parte de Marta. Confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, que es divino. Ya no es una persona que llega tarde, ni uno que puede sanar, o que ora y Dios le contesta; es el Hijo de Dios que ha venido al mundo.

     Ahora con esta gloriosa confesión de fe pensaríamos que Marta esperaría un milagro, pero una vez más su fe tambalea. Cuando Jesús manda quitar la piedra de la tumba de su hermano, Marta dice: “Hiede ya, porque es de cuatro días”.  Piensa que Jesús quiere ver el cadáver. Y por segunda vez, Jesús la reprende, muy suave, pero muy firme: “¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?”. ¿Cuándo se lo dijo? Por medio del mensajero: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios” (v.4). Otra vez, Jesús está con “Marta, Marta, …” (Lucas 10:41). Está trabajando su fe. La llevó a confesar su divinidad y ahora la lleva al punto de esperar un milagro glorioso. Su fe ha ido arriba (11:22) y abajo (11:24) y luego arriba (11:27) y luego abajo (11:39), vacilando entre la esperanza y la duda. Y el Señor, en su amor y paciencia, la anima a creer un poco más, a salir de sus credos cerebrales a la gloriosa realidad de la Persona que tiene delante, a mirar al que es la Resurrección y la Vida y esperar un milagro. ¡¿Cómo habría reaccionado la fe de Marta cuando Jesús clamó: “¡Lázaro, ven fuera!”?

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