JUEVES SANTO

 

“Cristo, en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Heb. 5:7).
 
            Las oraciones de Jesús en Getsemaní fueron oraciones fuertes, intensas; oraba con todo su cuerpo, con toda la fuerza que estaba dentro de Él. Eran como las oraciones de los que se agarraban a los cuernos del altar y clamaban a Dios. Los cuernos simbolizaban poder (como los de un búfalo), por lo tanto, eran oraciones poderosas, que llegaban al Cielo e invocaban a Dios con fuerza. Era como asirse a Dios y no soltarlo hasta no obtener la respuesta. Así oraba Jesús, postrado en tierra, con lágrimas, no debido al dolor, sino a la intensidad de la súplica. Eran lágrimas de sangre, porque Jesús oró con tanta fuerza físicamente que rompió las venas y se abrieron los poros y le salió sangre. “Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra” (Lu. 22:44). En Getsemaní es donde empezó a derramar su sangre. Allí oró, y allí fue oído “debido a su temor reverente”. “El temor reverente” significa que era consciente de que estaba clamando a Dios y su actitud delante de Él fue de sumisión absoluta. Pidió y se sometió a la vez. Es poner delante de Dios lo que queremos con todo nuestro corazón y a la vez sólo desear su voluntad. No es intentar cambiar esta voluntad, ni evitarla. Es averiguarla.
 
            Jesús se levantó de sus rodillas habiendo aceptado todas las implicaciones de esta voluntad, con la certeza de que esto era lo que el Padre pedía de Él, con la determinación de llevarlo a cabo, sabiendo lo que le esperaba, y entregándose activamente a ello. La respuesta del Padre fue el envío de un ángel a fortalecerlo para que pudiese realizarla: “Entonces se le apareció un ángel del cielo, fortaleciéndole” (Lu. 22:43). La victoria sobre el pecado, la muerte, y el diablo fue ganada en Getsemaní de rodillas, en la aceptación de una voluntad que fue imposible llevar a cabo con los recursos humanos y la capacitación divina para realizar esta voluntad.    
 
Postrado está en Getsemaní
El Hijo Santo del Señor,
Orando en agonía, es
¡Cual sangre su sudor!
¿Por qué ese abismo de dolor?
¿Por qué entregado a tal sufrir?
¡Yo sé que fue su amor
Que le llevó a morir!

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