“Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro” (Mateo 28:1).
Lectura: Mateo 28:1-7.
Aquella primera mañana de resurrección, ¿cómo fue? Sólo sabemos lo que pasó a partir de la visita de las mujeres, pero ¿qué pasó antes? Si los discípulos hubiesen creído que Jesús iba a resucitar, habrían pasado la noche delante de la tumba esperándolo, y nos lo podrían contar, pero nadie, nadie, creía lo que Él había dicho.
¿Cómo fue para Jesús despertarse de la muerte? Estaba frío, envuelto en una sábana, con un sudario tapándole la cara, extendido en la piedra de la oscura tumba, preso tras la enorme piedra que bloqueaba su salida, cuando, de repente, ¡la muerte fue absorbida en vida! ¿Qué sentía? De repente su cadáver fue transformado en un cuerpo de resurrección. ¿Qué hizo? ¿Abrió los ojos y se incorporó como uno que se despierta de un sueño? ¿Fue caminando poco a poco hacía la entrada de la cueva, probando sus nuevas piernas? ¿Esperó allí un momento mientras que el ángel rodó la piedra que impedía su salida? Parece que no, porque si pudo pasar por puertas sin abrirlas, pudo pasar por la piedra. El ángel la quitó para que los discípulos pudiesen ver que la tumba estaba vacía.
Podría ser que el Señor no se despertase poco a poco de la muerte, para salir caminando al nuevo día, sino que, de repente, explotó en vida y llenó el mundo con su presencia, en todas partes a la vez, como el que todo lo llena en todo, en espíritu, pero con la posibilidad de hacerse visible cuando quiso. Ya no estaba limitado a un solo lugar, sino que era un Espíritu Omnipresente con cuerpo material, rebosando vida, un río de vida que llenaba todo el mundo, pero solo perceptible por la fe, revelándose a los que Él quería mostrarse vivo, una combinación de cuerpo y espíritu que desbordaba en vida triunfante, infinito y eminente, mas siempre Él.
Lo que sabemos es que dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de mundo” (Mateo 28:20), presente con cada creyente en todo el mundo a la vez, invisible, pudiéndose mostrar si quisiese, pero, a la vez, con un solo cuerpo. Así iba apareciendo y desapareciendo, haciéndose visible ahora aquí, ahora allí, hasta que fue recibido al Cielo.
Y ahora está sentado a la diestra de Dios, pero también con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, este mismo Jesús que resucitó.
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