A SUS PIES

 

“Y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume” (Lucas 7:38).

Lectura: Lucas 7:36-39 y 8:1-3.

     Esta es la primera vista que tenemos de María Magdalena, a los pies de Jesús, postura que ya iba a caracterizar su vida. Después de este incidente el Señor Jesús la despide en paz, pero no va muy lejos. Después de recibir el perdón de sus pecados y la salvación de su alma, ella no tiene otro afán en la vida sino el de estar con Jesús. Era una de las que seguían a Jesús en la compañía de los doce: “Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con Él. Y algunas mujeres… María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios…” (Lucas 8:1-2).

     Juntamente con el grupo de los discípulos y las otras mujeres ella seguía a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén. Ellas estaban presentes el domingo de ramos cuando fue recibido con tanta aclamación, lo vieron sentenciado y condenado a muerte, llevando su cruz por las calles de Jerusalén. Lo siguieron hasta el lugar de la crucifixión: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, y María Magdalena” (Juan 19:25). No lo dejaban en su agonía. ¿Dónde estaban los otros discípulos? ¿Dónde estaban las miles de personas que habían sido sanadas? De todas ellas destaca esta mujer rescatada de la escoria de la sociedad. La gratitud y la lealtad de María no tenían límite. A Jesús no lo dejaba.

     Y estando allí delante de la cruz, ¿qué veía? Puesto que los cuerpos de los crucificados colgaban elevados del suelo, los ojos de María habrían estado más o menos a la altura de sus pies. Veía estos pies que ella había tratado con tanta ternura, traspasados con un clavo, rotos y desangrando. En la crucifixión María quedaba junto a sus pies.

     María tampoco lo dejó en su entierro“Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. Y estaban allí María Magdalena, y la otra María sentadas delante del sepulcro” (Mateo 27:59-61).

     Tampoco le dejó después de enterrado“Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro” (Mateo 28:1). María no lo dejó en vida y no lo dejó en su muerte. Creía que pasaría el resto de vida junto a su tumba llorando. Estando allí un ángel les dio la noticia más maravillosa jamás oída: Yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado” (Mateo 28:5). “Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Mientras iban, he aquí Jesús le salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y lo adoraron” (Mateo 28:8-9).Aquí la tenemos otra vez, a los pies de Jesús.

     La vimos a sus pies en arrepentimiento y gratitud cuando vivía, a sus pies en leal devoción mientras moría, y a sus pies en adoración después de resucitado. Es un buen lugar para nosotras, a los pies de Jesús, con reverencia y amor, devoción y humildad, guardando la distancia que nos separa de un Dios santo, adorando al que ama nuestra alma.

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