RAHAB LA RAMERA (2)

 

“Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Josué 2:11).
 
Lectura: Josué 2:4-7.
 
            Israel estaba a punto de empezar la conquista de la Tierra Prometida, y Jericó, con sus murallas formidables, situada a la entrada de la Tierra Prometida, era la primera ciudad que tuvieron que conquistar. Josué, pues, envió a dos espías para reconocer la tierra. Entraron por sus grandísimas puertas con cautela cuando estaba a punto de caer la noche y tomaron refugio en la casa de Rahab. Teniendo la profesión que tenía, ella fue el perfecto encubrimiento. Nadie sospecharía que ella creyera en el Dios de Israel, pero Dios lo sabía y había mandado a estos dos espías a su casa para rescatarla. Rahab ya había tomado una decisión: pagaría el precio de creer en Dios sabiendo que le podría costar la vida. Enseguida escondió a los espías en su terrado bajo el lino puesto allí para secarse.
 
            Los espías no habían entrado desapercibidos en la ciudad. El rey mandó a dos soldados a casa de Rahab para informarle que los dos hombres que habían venido a ella eran espías. ¡Rahab no tenía un pelo de tonta! Ya lo sabía desde el primer momento. Dijo a los soldados que los dos hombres ya habían salido de Jericó de noche, justo cuando los guardias iban a cerrar las puertas, pero, si se diesen prisa, los podrían alcanzar. Los soldados salieron corriendo tras ellos y la puerta de la ciudad se cerró. Antes de que los espías se durmiesen, Rahab subió al terrado para darles la información que necesitaban y hablarles de sus convicciones:  “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo sacar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos, a los cuales habéis destruido… Oyendo esto ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra”.
 
            ¡Esta mujer es creyente! No tiene el concepto de Dios prevalente en sus días, que cada dios tenía su territorio y su dominio no se extendía más allá de sus fronteras. Creía en un solo Dios soberano sobre cielos y tierra, y había mostrado su fe en Él escondiendo a los espías. Ahora, pidió algo a cambio: que cuando viniesen a conquistar la ciudad salvaran la vida de su familia: la de su padre y madre, la de sus hermanos y hermanas y a todos los demás familiares. Ella no solo quiere su propia salvación, sino la de toda su familia. En esto es un ejemplo para ti y para mí. ¿Tú deseas la salvación de toda tu familia de todo corazón? Esto le iba a costar trabajo, se tendría que implicar, pero estaba dispuesta a hacerlo. Iba a poner su fe en acción convenciendo a su familia de la realidad del Dios de Israel para que todos ellos fuesen salvos.
 
            Hay otra cosa que tenemos que destacar en este punto de la historia: todos los habitantes de Jericó escucharon de las proezas del Dios de Israel. Tenían la misma oportunidad que tuvo Rahab de creer en Él y ser salvos, pero endurecieron sus corazones, y, en lugar de hacer convenio con Él, se refugiaron tras las potentes murallas de su ciudad. Pusieron su fe en lo visible y palpable, y no en el Eterno Invisible Dios, el Dios de cielo y tierra, y sufrieron las consecuencias de su incredulidad en el día del juicio para Jericó, que no estaba lejos.        

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