RAHAB LA RAMERA (1)[1]

 

“Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Ellos fueron, y entraron en casa de una ramera que se llamaba Rahab, y posaron allí” (Josué 2:1).

Lectura: Josué 2:2, 3.

            (Dada después de la presentación del sketch). Esta es la historia de una prostituta que tuvo un corazón para Dios. Podemos juzgar a una persona por su apariencia y estar muy equivocadas. A veces las apariencias engañan.

            ¿Te acuerdas de que los Israelitas eran esclavos en Egipto donde fueron maltratados? Los capataces exigían un trabajo imposible de realizar y, si no lo cumplían, usaban el látigo. Arrojaron a sus bebés varones al río Nilo. Dios juzgó este imperio por las atrocidades cometidas enviando diez plagas que arruinaron a este país cruel y potente. Todas las naciones alrededor tomaron nota. Israel salió libre de su cautiverio, como 2.000.000 de esclavos liberados, bajo el liderazgo de Moisés, camino al Mar Rojo que abrió sus aguas para dejarlos pasar. Todas las naciones de alrededor tomaron nota, y se maravillaron. Los israelitas entraron en el desierto y ganaron dos guerras contra naciones que salieron en su contra. Y todas las naciones alrededor temieron. Moisés murió cerca de la frontera de la tierra que Dios había prometido a Israel, y fue remplazado por Josué. Ahora, al comienzo de nuestra historia, los israelitas están acampados al lado del río Jordán, al otro lado yace Jericó, la entrada a la Tierra Prometida. Sus habitantes están muertos de miedo, pero piensan: “Van a por nosotros, no obstante, estamos protegidos, porque no pueden cruzar el Jordán con su nutrido caudal en esta época del año, y, de todas formas, estamos seguros detrás de nuestras grandes murallas”. Pero uno de los habitantes no pensaba como los demás: la ramera Rahab. Ella creía en el Dios de Israel. Había oído de sus proezas, igual que sus conciudadanos, pero a diferencia de ellos, había sacado la conclusión de que Él era el Dios de verdad.

            ¿Puede una prostituta salvarse? Algunos responderían a esta pregunta con un sorprendido: “Por supuesto. ¡Qué pregunta más absurda! No hay ningún problema con ser prostituta”. Otros dirían, con un aire de superioridad: “Evidentemente que no. No hay ninguna salvación para ella, ni para ninguna persona desviada”. Pero Dios veía su corazón, y la aceptó. No importa tu pasado. Dios te puede perdonar, si confiesas y dejas tu pecado. Una prostituta puede ser creyente, pero tendrá que dejar la prostitución. Un homosexual puede ser pastor, pero tendrá que convertirse a Cristo y dejar sus prácticas homosexuales. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (2 Cor. 5:17, 18). ¿Puede un asesino ir al Cielo? Sí, pero sólo si se arrepiente, y cuando lo hace, queda limpio: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Los pecados de Rahab, que habían sido rojos como la grana, como la nieve fueron emblanquecidos. Ella había quedado blanca como la lana (Is. 1:18).               


[1] Charla que fue dada el 9/3/24 en la Iglesia Evangélica de Esparraguera, Barcelona.

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