“Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí… Los oficiales… mandaron al pueblo, diciendo: Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y los levitas sacerdotes que la llevan, vosotros saldréis de vuestro lugar y marcharéis en pos de ella” (Josué 3:1-3).
Como recordaréis, los israelitas salieron de Egipto para ir a la tierra que Dios les había de dar por herencia. Por su desobediencia, habían pasado 40 años en el desierto, pero ahora el tiempo había llegado en que tenían que entrar en la Tierra Prometida y conquistarla. Moisés había muerto y había sido reemplazado por Josué como líder. Cuando esta historia empieza, están acampados cerca del río Jordán que marcaba el final del desierto y el principio de la Tierra Prometida. El primer pueblo que tenían que conquistar era Jericó, con sus murallas impenetrables. Pero antes tenían que cruzar el Jordán, el cual estaba desbordado en esta temporada del año. Les quedaban por delante dos obstáculos infranqueables antes de empezar la conquista: el río Jordán y las murallas de Jericó. Estos capítulos de la Biblia nos van a enseñar cómo superar lo insuperable, una lección muy valiosa para nuestra vida con las dificultades que enfrentamos.
Los israelitas llevaban un arma secreta, el arca del pacto. Parecía un enorme cofre con dos ángeles de oro encima, de tamaño como un baúl, todo cubierto de oro. Fue llevado por los sacerdotes de forma ceremonial y respetuosa, porque con el arca iba la presencia del Dios de Israel, temible y glorioso en su santidad. No hay poder en el cielo o en la tierra que pueda resistir a su presencia.
Josué dijo a los hijos de Israel: “El arca del pacto, que pertenece al Soberano de toda la tierra cruzará el Jordán al frente de ustedes” (Josué 3:11). ¡Qué maravilloso es saber que el soberano Dios va delante de nosotros y pasa por el peligro que nosotros tenemos que enfrentar primero! “Tan pronto como los sacerdotes que llevan el arca del Señor, soberano de toda la tierra, pongan pie en el Jordán, las aguas dejarán de correr y se detendrán formando un muro” (Josué 3:13). Y así pasó. Israel cruzó el Jordán en tierra seca de la misma manera que la generación anterior había cruzado el Mar Rojo con Moisés. “Por su parte, los sacerdotes que portaban el arca del pacto del Señor permanecieron de pie en terreno seco, en medio del Jordán, mientras todo el pueblo de Israel terminaba de cruzar el río por el cauce totalmente seco” (Josué 3:17). Y así Israel franqueó el primero obstáculo en la conquista de la Tierra Prometida, por el poder de Dios omnipotente y su fuerza irresistible, delante del cual los ríos se paran en seco. Todavía quedaban por delante las murallas formidables de Jericó. Nos queda por ver cómo el poder de Dios superó el segundo obstáculo.
Esta arma secreta de Israel es la misma que tenemos nosotros a nuestra disposición: la presencia de Dios. Nada ni nadie puede resistirla. Él va delante de nosotros abriendo el paso. Su presencia nos acompaña. Despeja el camino como un quitanieves en invierno. Si Dios nos ordena cruzar un río poderoso, Él lo hará posible.
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