“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Lectura: Juan 1:1-5.
¿Qué dificultades enfrentaba el Señor Jesús para poder ser la Luz del mundo?
En cada generación la iglesia ha tenido amenazas a su existencia, cosas que pretenden apagar su luz. Si lo lograsen, la iglesia se moriría: quedaría el edificio, pero la iglesia estaría muerta. Nos preguntamos, entonces: ¿Cuáles fueron las amenazas que Jesús tuvo que enfrentar y vencer para llevar a cabo su misión? Jesús tuvo que enfrentar mucha oposición:
Tuvo la oposición de los líderes religiosos de su día, quienes utilizaban las Escrituras para sus intereses creados. En adición a las Escrituras, ellos habían escrito muchas normas difíciles y exigían que la gente las cumpliese. Ellos controlaban al pueblo, ¡y no querían rivales! Apariencias engañaban: Ellos tenían la tradición religiosa detrás, decían creer en el mismo Dios, tenían reconocimiento social, ocupaban un lugar de prestigio dentro de la sociedad, y apelaban al gusto religioso de la gente con su pompa y ceremonia. Jesús representaba una amenaza para ellos y se le oponían ferozmente.
Otra cosa que operaba en contra de Jesús era una expectación mesiánica equivocada que procedía de una interpretación incorrecta de las Escrituras. La gente no esperaba un mesías como Jesús. Esperaba un mesías tipo David, un libertador del poder de los romanos, que establecería la primacía de Israel sobre las naciones. Lo que no esperaban era un hombre humilde, procedente de Galilea. Esperaban un mesías respaldado por la religión oficial que encajara con la tradicional religiosa de su pueblo. Otra forma de oposición procedía de la familia de Jesús. Por lo visto, José su padre, ya había muerto. María creía en Jesús, pero sus hermanos no, cosa que lo hacía más difícil para Él: “Ni aun sus hermanos creían en él” (Juan 7:5). Sus discípulos también presentaban sus dificultades para Jesús. Les costaba mucho entender quién era. También tuvo que vivir con la incomprensión y poca respuesta de parte de su propio pueblo: “A lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). No encontraba fe en su pueblo. Refiriéndose a un centurión romano dijo: “Os digo que ni aun en Israel he visto tanta fe” (Lu. 7:9).
La misma carnalidad humana dificultaba la labor de Jesús al formar a sus discípulos. Tenían una mentalidad terrenal. Les costaba desarrollar una mentalidad espiritual. Discutían sobre quién iba a ser el más importante en el Reino de Dios. Querían pedir que bajase fuego del cielo para consumir a sus enemigos. Pedro quería luchar con la espada contra los que venían a arrestar a Jesús. La fatiga física los vencía cuando el Señor les pedía que orasen y velasen. La humanidad de Jesús representaba un elemento con el que Él tuvo que dominar para ponerla al servicio de Dios. El propio cansancio suyo dificultaba su tarea mesiánica. También estaba la soledad que Él combatía por medio de la comunión con el Padre. El constante asedio de los líderes religiosos era cansino. Y siempre tenía por delante la sombra de la cruz.
Su enemigo formidable, constante y hábil, fue Satanás quien usaba todos los factores mencionados para enredar a Jesús, difamarlo, desprestigiarlo y quitarlo de en medio. De bebé intentó matarlo, en Nazaret quiso despeñarlo, y en el Calvario pensó que lo había destruido para siempre, sin saber que había tramado su propia derrota y colaborado con Dios construyendo el escenario del triunfo de Jesús sobre todos sus enemigos y la elaboración de nuestra salvación. Jesús venció todo. ¡Coronadlo como victorioso Rey universal para siempre!, amén y amén.
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