NUESTRA GRAN ESPERANZA

    “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él. Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3, NVI).
 
Lectura: Juan 15:13-15.
 
¡Cuánto hemos subido! El Señor Jesús nos llama amigos y Dios nos llama hijos. Un amigo es uno semejante y un hijo es un miembro de la familia. Jesús también nos ha llamado hermanos: “Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mc. 3:34). “Suéltame, porque todavía no he vuelto al Padre. Ve más bien a mis hermanos y diles: Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes” (Jn. 20:17, NVI). “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rom. 8:29). Todo esto es maravilloso, pero aún no hemos visto a dónde vamos a llegar: “pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser”, como dice nuestro texto de hoy. No sabemos cómo era el hombre antes de la Caída, ni cómo será cuando Cristo venga, pues, el texto continúa diciendo: “seremos semejantes a él”. Si Cristo es la Cabeza y la Iglesia es el cuerpo, ¡el cuerpo tiene que encajar con la Cabeza! Los planes de Dios para el hombre son maravillosos. Isaac Watts, el famoso escritor de himnos, explora estos mismos versículos en su himno siguiente:
 
He aquí, qué maravillosa la gracia que el Padre ha dado a pecadores de una raza mortal, para que sean llamados hijos de Dios.
 
No es de sorprender que seamos desconocidos; el mundo judío tampoco conoció a su Rey, el eterno Hijo de Dios.
 
Aun no se ha manifestado lo grande que hemos de ser hechos; pero cuando veamos a nuestro Salvador aquí, seremos como nuestra Cabeza.
 
Una esperanza tan divina bien puede soportar las pruebas, para purificar nuestras almas de carnalidad y pecado como Cristo el Señor es puro.
 
Si en el amor de mi Padre ocupo el lugar de hijo, envía desde arriba Tu Espíritu, como paloma, para descansar dentro de mi corazón.
 
Ya no yacería como esclavo debajo del trono; sino que mi fe clamaría: “Abba, Padre”, y Tú reconocerías que soy familia Tuya. 
                                                                      
                                                                                   Isaac Watts, 1674-1748

 

Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.