LA META DE LA IGLESIA (3)

 

“Al que venciere” (Apocalipsis 2:7).
 
Lectura: Apoc. 2:7; 2:11; 2:17; 2:26; 3:5; 3:12; 3:21.
 
¿Sobre qué cosas tenían que ser victoriosas estas iglesias para ser luz en su día?
 
La iglesia de Filadelfia.
            Esta iglesia tenía la tentación de darse por vencida en la lucha contra los agentes de Satanás, que en su caso eran judíos inconversos: “Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí que yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado”. La tentación era la de no guardar la Palabra del Señor ante tanta oposición de los judíos que rechazaron a Jesús. ¡Los de Cristo son los verdaderos judíos! El Señor les da una hermosa promesa y los ayuda a perseverar: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”. 
 
La iglesia de Laodicea.
            Esta iglesia ya había caído en la tentación de la autocomplacencia. Estaban satisfechos consigo mismos. Su lámpara había dejado de dar luz. El Señor en su paciencia y amor por ellos les da la clave para salir de este estado de apatía: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. El Señor les da esta promesa para motivarlos a salir de su estado de letargia y espabilarse para la causa del Señor: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”.
 
La victoria siempre viene después de la lucha. Todas estas iglesias tenían que luchar contra lo que no les dejaba prosperar espiritualmente. Enfrentaban: apóstoles falsos, sufrimiento, desánimo, cansancio, persecución, oposición satánica en la forma de negar la fe participando en cultos idolátricos donde se practicaban orgías. Una variante de lo mismo era el sexo ilícito, no por la idolatría, sino por la filosofía del mundo. Otra variante fue el sexo ilícito permitido por la “religión” cristiana, en este caso, por una profetisa falsa. El obstáculo que todas enfrentaban era la apostasía, el de dejarse vencer y abandonar la fe por la dificultad particular que tuviesen. Los judíos inconversos eran un constante desafío a la fidelidad a Cristo, quienes mostraron ser enemigos feroces. Y la última tentación que sale en estas cartas de Cristo a sus iglesias es la autocomplacencia. Todas estas tentaciones eran suficientemente fuertes como para apagar su luz y así anular el testimonio de la iglesia. Para vencer estos obstáculos, el Señor da poderosas promesas que les infundían esperanza y los motivaban a ser más que vencedores por medio de Aquel que los amó. 

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