“Y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó” (Fil. 2:8, 9).
Canta alma mía, la gloriosa batalla,
Canta el final del conflicto;
Ahora, sobre la Cruz, el trofeo,
Suene la potente melodía triunfante.
Cuenta como Cristo, el Redentor del mundo,
Como Víctima ganó el día.
Treinta años entre nosotros morando
Llegó su hora destinada.
Nacido para ella, enfrenta su Pasión,
Porque así fue su libre elección;
Sobre la Cruz el Cordero es alzado,
Donde su sangre vital es derramada.
Fiel Cruz; por encima de todo otro,
El único y más noble de los árboles;
Ninguno en follaje, ninguno en flor,
Ninguno en fruto te iguala a ti;
Más dulce madera y más dulce hierro;
Más dulce peso colgado en ti.
Dobla tus ramas, o Árbol de Gloria,
Repliega tus extendidos brazos.
Suspende por un momento aquel antiguo
Rigor que te dio el nacer;
Atiende sobre tu pecho suavemente
Al Rey de hermosura celestial.
A la Trinidad sea gloria
Eterna, como es debido,
Igual al Padre, igual
Al Hijo, e igual al Paracleto:
Dios el Tres en Uno, cuyas alabanzas
Todas las cosas creadas repiten. Amén.
Venantius Fortunatus, 530-609
Tr. al inglés: John Mason Neale, 1818-66
Tr. literal al castellano
Este hermano nuestro del siglo VI se gloriaba en el mismo evangelio que nosotros abrazamos. ¡Qué hermosa la comunión de los santos a lo largo de la historia; qué exquisita su alabanza del Rey!; y ¡qué profunda su comprensión de aquel sacrificio que logró nuestra salvación!
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