“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5).
Lectura: 1 Pedro 2:4-8.
¿Qué es esta casa espiritual que Pedro menciona? Los judíos ya tenían un hermoso templo en Jerusalén construido por Herodes. Y ya había un sacerdocio judío que servía en este templo. ¿Para qué hacía falta otro? A lo largo de la historia de Israel hubo varios templos. El primero fue construido por Salomón y destruido por los babilonios. Fue reconstruido por los cautivos cuando volvieron de la deportación bajo Zorobabel y Jesúa. Este no fue tan elegante como el de Salomón, pero hizo su función hasta que fue derrumbado y reedificado por Herodes el Grande antes del nacimiento de Jesús, y destruido por los romanos en el año 70 después de Jesús. Pedro mismo había exclamado impresionado por la elegancia de este templo: “Maestro, mira qué piedras, y qué edificios. Jesús respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Marcos 13:1, 2). Este templo todavía estaba de pie cuando Pedro escribió estas palabras acerca de otro templo. Había captado la visión de Jesús de un templo espiritual, no hecho de manos humanas.
Este otro templo sería hecho de piedras vivas, no de piedras sacadas de una cantera, sino de personas redimidas y hechas nuevas por el poder del Espíritu de Dios. Las manos de Dios usarían estas piedras vivas para formar un edificio espiritual, poco a poco, hilera tras hilera, generación tras generación de creyentes; a medida que se iban convirtiendo, serían añadidos a este templo espiritual. Pedro mismo formaría parte de él. Jesús lo había llamado “Pedro”, que significa “piedra” (Mat. 16:18). Él sería una piedra junto con los demás apóstoles para formar el cimiento, y el Señor Jesús sería la piedra del ángulo: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:20-22).
La construcción de este Templo ocupa el tiempo entre la primera venida de Jesús y la segunda. Se trata de la proclamación del Evangelio al mundo entero y la incorporación de todos los que van siendo salvos como piedras vivas en este sagrado Templo. Estará formado por gente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, todos unidos en Cristo, para adorar a Dios, “para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios” que ya no serán animales ofrecidos sobre el altar para conseguir el perdón de pecados, sino alabanzas ofrecidas a Dios en gratitud por el sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre para quitar el pecado. Este es el Templo profetizado por el profeta Zacarías del cual Jesús es la primera piedra y la última, la piedra del ángulo y también la piedra principal colocada al final para unir todo el edificio. Cuando la penúltima piedra esté en su lugar, es decir, la última persona que se haya de convertir, Jesús descenderá del Cielo como la piedra principal y el Templo estará acabado con “aclamaciones de: Gracia, gracia a ella”, porque toda será una obra de la gracia de Dios.
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