LA SANGRE (1)

    

“Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz, os ha reconciliado mediante la muerte para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él (Col. 1:20-22, parafraseado).
 
El corazón del evangelio es la sangre de Cristo. Si tu versión del evangelio no se centra en ella, es defectuosa. Para la mentalidad moderna, estos son conceptos primitivos, pero para la mentalidad de Dios es lo más importante de toda la Biblia. ¿En tu iglesia hablan de la sangre? ¿Tú tienes una comprensión clara y un aprecio cada vez más profundo de la importancia de la sangre de Cristo? ¿Para ti la Cruz tiene una profundidad insondable? Si es así, vas bien. Te estás acercando al corazón de Dios.
 
Hay un precioso manantial de sangre de Emmanuel,
Que purifica a cada cual que se sumerge en él.
El malhechor se convirtió pendiente de una cruz,
Él vio la fuente y se lavó, creyendo en Jesús.
Y yo también mi pobre ser allí logré lavar;
La gloria de su gran poder me gozo en ensalzar.
 
¡Eterna fuente carmesí! ¡Raudal de puro amor!
Se lavará por siempre en ti el pueblo del Señor.
 
                                                                       William Cowper  (1731-1800)
 
Los himnos antiguos hablaban mucho del tema; los modernos suelen pasarlo por alto, centrándose más en la alabanza del Cristo glorificado que en la redención, pero hay que comprender que el motivo principal de nuestra alabanza es la salvación, y sin “la Sangre” no hay salvación. Hemos observado dos extremos. Uno es dar por sentada la cruz y centrar la alabanza en temas celestiales como el trono de Dios y los ángeles; el otro es recrearnos en el sufrimiento de Jesús en la cruz de manera mórbida, tétrica, para sentir pena y compadecernos de él, pobrecito. Los autores de las Escrituras nunca hacían esto. Su propósito era que comprendiésemos el significado de la sangre.
 
No fue el sufrimiento de Cristo el que compró nuestra salvación, sino su sangre (1 Pedro 1:18, 19). Podría haber muerto degollado o decapitado o traspasado el corazón con una muerte rápida y nos habría salvado igualmente. Somos salvos por su muerte y la sangre significa muerte: “porque la vida está en la sangre” (Lev. 17:14)
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Los sacrificios del Antiguo Testamento prefiguraban el sacrificio de Cristo. Las víctimas no fueron torturadas, sino degolladas. Lo importante es que su sangre fue derramada. No somos sanguinarios, recreándonos en su dolor, como en la película de Mel Gibson, “La Pasión”, ni adoramos la sangre como en la escena ficticia en que Santa Verónica y la Virgen María recogen su sangre con toallas. No consideramos sagrados el pan y el vino con que se recuerda su muerte. La sangre no tiene propiedades mágicas, salvíficas, en sí. Somos salvos por la fe en su muerte como nuestro sustituto.
 
Su sangre nos ha redimido, expiado, limpiado, justificado, reconciliado con Dios y acercado a Él, y ha sellado un nuevo pacto entre nosotros y Dios.  

 

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