“Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1 Pedro 1:5, 6).
Lectura: 1 Pedro 1:7-9.
Padre amado, te bendecimos y te damos gracias por la gran salvación que nos has dado, que tenías preparada para nosotros desde antes de la fundación del mundo. Gracias porque nos has amado desde siempre, porque nos hiciste renacer para una esperanza viva para recibir una herencia que no se puede perder, reservada en los cielos para nosotros. Nos gozamos en ella, aunque ahora nos encontramos en medio de muchas pruebas fuertes. Tú nos has dado el escudo de la fe para para apagar los dardos del fuego del enemigo (Ef. 6:16) que vienen para destruirnos, pero la fe nos protege. El combate presente está probando el escudo. ¿Nos alcanzan los dardos de fuego, o el escudo es suficiente fuerte para impedir que nos llegan? Si el escudo se rompe estamos perdidos. Por eso pedimos que tú fortalezcas nuestra fe. Refresca nuestra memoria con tus promesas, y renueva en nosotros la visión de la herencia que nos espera, que hace que todo lo que estamos pasando ahora tenga sentido.
Gracias, Padre, por lo que estás logrando por medio de nuestro sufrimiento. Hemos visto que la vida es muy precaria y que la podemos perder en cualquier momento, pero para nosotros la muerte es solo la puerta a esta herencia que nos espera. Gracias que las cosas materiales pierden su valor a la luz de nuestra herencia eterna. Gracias que todas nuestras pérdidas serán reemplazadas y compensadas cuando veamos a Cristo. Gracias, Señor, que encontraremos consuelo completo a tu lado. Tú secarás todas nuestras lágrimas con tu mano traspasada. Gracias, Padre, que debido a estas pruebas lo eternal es más real que el presente; por ellas te necesitamos más y te conocemos mejor; te amamos más; entendemos mejor los sufrimientos de Cristo mucho mejor; no han sido en vano, porque Él nos tiene y nosotros lo tenemos a Él.
Padre, en mis sufrimientos he aprendido a valorar más a mis hermanos en la fe, a comprender lo que ellos han sufrido, y estamos mucho más unidos en medio del dolor. Nos consolamos los unos a los otros. También he aprendido a valorar mucho más tu Palabra y vivir por fe y no por vista, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. He aprendido a confiar más en ti y no tener miedo, a no imaginarme cómo será el futuro, sino a dejarlo en tus manos. Tú has dicho: “Por nada estéis afanosos, sino que sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias; y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:6, 7). Antes, mi mente iba corriendo a lo negativo, pero ahora oro, encomiendo las cosas a tu perfecta voluntad, y tengo paz. Todo esto he aprendido en medio de mis pruebas, y ahora no soy la misma. El cielo está más cerca y tu amor más entrañable. Solo te puedo dar gracias por las pruebas porque han venido a la medida para mí, y la regla llevas tú en tu mano herida. Gracias por ser mi Señor y mi Dios. En el nombre de Jesús, amén.
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