“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10: 19-22).
Ya hemos visto que entrar en la presencia de Dios no es cosa automática. No cualquier persona puede entrar en la presencia de Dios. Requiere una protección y una preparación previas. Nuestra protección consiste en estar en Cristo e ir escoltados por Él. Consiste en tener su justicia y estar viviendo vidas justas. Esta preparación tiene dos partes: fe en lo que Cristo efectuó por nosotros y la preparación nuestra personal.
Repasando el camino a la presencia de Dios marcado por el Tabernáculo, vemos lo siguiente: Cristo es la puerta abierta a la presencia de Dios. Él mismo pasó por esta puerta para abrir el camino para nosotros. Él pasó por el altar siendo el sacrificio para la remisión de nuestros pecados (Heb. 9:28). Él nos bautiza con el Espíritu Santo (Mat. 3:11). Él es el pan de vida (Juan 6:51-54). Él es la luz de la Palabra que nos alumbra (Juan 8:12). Él intercede por nosotros en base a su propio sacrificio (Heb. 7:25). Él es el velo roto que nos admite al Lugar Santísimo de la presencia de Dios (Heb. 10:19, 20).
Ahora, ¿qué es necesario que hagamos nosotros? Hemos de empezar el camino de fe que nos lleva a Dios. Tenemos que creer en la plena suficiencia de su sacrificio por nuestros pecados. Es decir, no ponemos nuestra confianza en las buenas obras para salvarnos, ni en los sacramentos, ni en la iglesia, ni en el concepto de que Dios es bueno y, por lo tanto, nos salvará a todos. Luego tenemos que haber nacido de nuevo (Juan 3:3). Tenemos que haber recibido el Espíritu Santo (Romanos 8:9). Tenemos que estar viviendo la vida cristiana, no una vida doble (2 Pedro 3:11; (1 Juan 1:5-10). “Acerquémonos con corazón sincero”, un corazón sincero es uno que ama a Dios de verdad y sinceramente esta viviendo según su Palabra. Si estamos viviendo en pecado, no podemos entrar en la presencia de Dios. Esto no quiere decir que hemos de ser perfectos, porque perfectos ya lo estamos en Cristo: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”, es decir, a los que estamos siendo santificados (Heb. 10:14). Estar viviendo en pecado significa estar practicando el pecado conscientemente. En tal caso, la entrada a la presencia de Dios está cerrada.
Todo creyente que realmente ama al Señor Jesús desea no solo entrar en la presencia de Dios, sino permanecer en ella, vivir en ella todos los días. Siempre que el Espíritu Santo lo convence de pecado, confiesa su pecado y vuelve a estar limpio y vuelve a estar en la presencia de Dios. Puede orar en cualquier momento y así cumplir con el mandato: “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17). Su vida es una de oración continua, de ir haciendo la voluntad de Dios con gozo y del disfrute de su presencia.
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