“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:12, 13).
Lectura: Heb. 4:6-11.
Hemos estado hablando acerca del reposo espiritual que uno tiene cuando está confiando en la obra de Cristo para su salvación. Nada más creer de corazón que Él ha pagado el precio de nuestro rescate y que su sangre nos ha limpiado de todo pecado (1 Juan 1:9), somos justificados por fe y entramos en el reposo de saber que nuestros pecados están perdonados y que Dios nos ha aceptado en Cristo, nos ha hecho sus herederos y nos espera una herencia maravillosa en el Cielo (Ef. 2:8, 9). ¡Esto nos da mucho descanso! Tenemos la seguridad de nuestra salvación. Descansamos en la obra terminada de Cristo. Entramos en un descanso espiritual ahora y entraremos en un descanso físico en su Reino eterno cuando Cristo vuelva.
Este pasaje hace referencia al descanso que Dios ofreció a su pueblo, que ellos rechazaron en tiempos de Moisés (Núm. 14:1-11) porque no tuvieron fe en la Palabra de Dios, concretamente en sus promesas. Demostraron su falta de fe por su desobediencia. No quisieron entrar. Tuvieron miedo. Pensaban que Dios les iba a fallar y que el enemigo los iba a destruir. Por lo tanto, no entraron en el descanso de la Tierra prometida. Dios les mandó entrar y pelear, y les prometió la victoria, pero no lo creyeron, no entraron y murieron en el desierto. En la siguiente generación, con Josué, creyeron y entraron en su reposo (4:8 y Josué 22:4). Fue el reposo de tener una tierra hermosa suya propia, pero aún no fue el reposo definitivo, porque el autor dice: “Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios” (4:8, 9), a saber, el reposo en la obra de Cristo y una herencia eterna en su Reino.
¿He entrado en este reposo? ¿Han entrado estos a los que yo conozco? La Palabra de Dios discierne quién es quién. Yo tengo el testimonio del Espíritu a mi espíritu diciéndome que soy suyo (Rom. 8:16). ¿Pero aquel? Dios lo sabe. Su Palabra lo discierne (4:12). “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (4:13). La Palabra de Dios discierne y juzga: “Discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (4:12). Ve lo que hay en el corazón de cada uno por su respuesta de fe frente a la Palabra que conduce a la obediencia a la misma. Creo de corazón y obedezco la Palabra de Dios; por ello doy evidencia de que soy un verdadero hijo de Dios y heredero de la promesa de Reposo eterno en el Reino de Dios. Me espera un lugar en esta maravillosa Tierra Prometida por excelencia, donde yo seré productiva y me sentiré realizada. Estaré descansando en mi salvación eterna, feliz en su reino y cantando: “Jesús lo pagó todo; todo lo debo a Él. El pecado había dejado una mancha carmesí; Él lo lavó y lo dejó blanco como la nieve” (Is. 1:18).
Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.