“NO RECIBIERON LO PROMETIDO”

    

“Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (Hebreos 11:39, 40).
 
Lectura: Heb. 11:32-37.
 
            A primera vista no entendemos nada. ¿Cómo es posible que estas personas tan ejemplares no recibieran lo prometido? ¿Qué les fue prometido que no recibieron? Y ¿qué es la cosa mejor que tenemos nosotros? ¿En qué sentido fueron ellos perfeccionados juntamente con nosotros? Vayamos por partes para contestar a estas preguntas.
 
            Lo que no significan estos versículos es que Dios ha defraudado a estos héroes de la fe mencionados en este capítulo. Tampoco significa que Dios promete y no da. Tampoco enseña que yo puedo estar esperando que Dios cumpla una promesa que me ha dado, y que puedo quedarme sin su cumplimiento. Cuando sacamos un versículo de su contexto, ¡podemos sacar conclusiones muy tristes!
 
            Lo que sí significa es que nosotros necesitamos a ellos y que ellos nos necesitan a nosotros y que todos juntos representamos la salvación completa. Se necesita todo lo prometido en el Antiguo Testamento para recibir todo lo cumplido en el Nuevo. Ellos vivieron antes de Cristo, nosotros vivimos después. Con la experiencia del Antiguo Testamento juntamente con la del Nuevo, lo tenemos todo.
 
            Jesús es lo prometido. Ellos son un ejemplo maravilloso de la fe que salva. Pero les faltaba Jesús, el cumplimiento de lo prometido en el Antiguo Pacto. Nosotros tenemos a Jesús, quien es al que ellos esperaban, pero, sin la vida de fe que ellos ejemplificaron, no hay salvación. ¿Qué es una vida de fe? Ellos contestan a esta pregunta mostrando lo que significa en la práctica creer las promesas de Dios. Si nosotros creemos en Jesús, pero no somos consecuentes como ellos lo eran, no nos salvamos. La fe no puesta en práctica no es fe verdadera. Y si ellos hubiesen sido ejemplares, pero Dios nunca hubiese mandado a su Hijo para salvarnos, tampoco se habrían salvado. Para salvarse se necesita una fe consecuente en un Salvador eficaz: se necesita la fe y el Salvador. Si tenemos el Salvador sin fe, no hay salvación. Y si hay fe, pero no hay un Salvador, tampoco. Ellos se salvaron por la fe en el Mesías que vendría y nosotros nos salvamos por la fe en el que ha venido. Y la fe real es la que ellos ejemplificaron.  
 
            El capítulo siguiente empieza: “Por lo tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos …” (Heb. 12:1). Ellos, los del capítulo anterior, constituyen la nube de testigos. Su testimonio nos enseña y nos anima. Nosotros tenemos a Jesús: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (Heb. 12:2). Jesús es el cumplimiento de la fe y el autor de la fe. Él es el líder de la excursión que abre el camino. Seguimos el modelo de su vida de fe. Él vivió una vida de fe para enseñarnos cómo se hace y al final nos salvó por medio de su muerte: “sufrió la cruz” (12:2). Él es tanto un ejemplo de la fe como la Persona en que tenemos que poner nuestra fe. Jesús abrió el camino, anduvo por él, y todos nosotros vamos detrás de Él por el mismo camino, siguiéndolo por la fe.  Los del Antiguo Testamento tuvieron fe, Jesús tuvo fe, y nosotros tenemos fe. Para la salvación necesitamos a Jesús, la fe en Él, y una vida de fe, las tres cosas. Lo seguimos y llegaremos a Sion.        

 

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