EL HOMBRE QUE NACIÓ CIEGO (2)

    

“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (9:2).
 
            Jesús iba camino por un pueblo con sus discípulos cuando vieron a un hombre ciego de nacimiento, y surgió una discusión acerca de quién era el culpable de esta desgracia. El mundo está lleno de personas inocentes que sufren. “¿Por qué permite Dios que sufren los inocentes?”, es una pregunta que la gente nos hace con frecuencia para arrojar una luz negativa sobre Dios, o cuestionar su existencia. La respuesta de Jesús es toda una revelación. Los inocentes sufren para proveer un marco en que Dios pueda obrar. Dios quiere utilizar estas circunstancias para hacer algo bueno en que se vean su amor y compasión. Posiblemente quiere usarnos a nosotros para ser sus instrumentos de misericordia para otros en estas circunstancias.
 
            Lo peor que podemos hacer cuando vemos a una persona que ha nacido con una dificultad es marginarla.  Los discípulos se referían a este hombre como “éste”, como si fuera una cosa no humana. Los fariseos lo culparon, despreciándole: “Tú naciste del todo en pecado”. En contraste, Jesús lo trató con respeto, como una persona valiosa, y lo buscó y se reveló a él: “Oyo Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?” (9:35). En nuestras desgracias, el Señor hace lo mismo. Y es lo que nosotros debemos hacer en circunstancias parecidas, buscar a la persona, conversar con ella, y ver si quiere conocer al Señor. Lo que Jesús no hizo era usar el hombre como objeto para enseñar a sus discípulos, como una oportunidad para enseñar teología, y pasar de él como persona. El Señor, ya que se había fijado en él, entabló una relación con él.
      
Volviendo a la pregunta original acerca de quién es el culpable de que este hombre naciera ciego, profundizando, señalamos que todos hemos nacido ciegos. Somos espiritualmente ciegos. No vemos las cosas de Dios. ¿Quién es el culpable, nosotros o nuestros padres? La respuesta es: Adán. El apóstol Pablo trata esta pregunta en su carta a los romanos. Todos hemos nacido en pecado, porque hemos heredado la naturaleza pecaminosa de Adán, heredamos su ADN, pero, a la vez, todos tenemos la oportunidad de salvación en Cristo: “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte… Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque, así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5: 12, 18, 19).
 
No fue por nuestra culpa que Adán pecó, y tampoco es por nuestro mérito que Jesús fue justo. Somos las victimas inocentes del pecado de Adán, y los beneficiarios afortunados de todo lo que Jesús hizo para remediarlo. Así, nuestra desgracia original fue la ocasión “para que las obras de Dios se manifestaran”. Viendo la triste condición de nuestro nacimiento, se manifestó el amor de Dios ofreciéndonos gratuitamente la salvación por la obra de Cristo. Entonces preguntamos: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” (Juan 9:35). Pues, si crees en él, tienes vida en su nombre. Tienes el perdón de pecados y la vida eterna. Tu ceguera se ha convertido en tu salvación. Y Jesús lo hizo.     

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