LA SABIDURÍA OCULTA

 

   

“Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Corintios 2:7).
 
Lectura: 1 Cor. 2:6-14.
 
            Irrumpimos en medio de un largo discurso de Pablo contrastando la sabiduría del mundo con la sabiduría de Dios. La de Dios es infinitamente superior y es transmitida por medio de revelación, no por razonamientos o lógica humana. La sabiduría de Dios es lo que Pablo usó en su comunicación del evangelio: “Ni mi palabra, ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (2:4, 5). El contenido del Evangelio procede de la sabiduría de Dios, y, por lo tanto, es inalcanzable para la mente humana. Solo la brillante mente de Dios podría haber ideado este plan de salvación: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8, 9). Solo podemos entender los pensamientos de Dios si Él nos los revela.
 
            Su plan de salvación fue formulado antes de la Creación y siempre ha incluido la Cruz, pero no fue revelado hasta que vino el Señor Jesús a este mundo. No fue comprensible al hombre natural, ni a Satanás y los espíritus malignos: La sabiduría de Dios es “la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria” (2:8). ¡Fue la rotura del poder del pecado y la muerte por medio de la muerte!
 
            Esta magnífica sabiduría de Dios no solo incluía el medio de salvación, sino también el resultado final, el lugar maravilloso que el Señor está preparando para los que le aman: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, no oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (2:9, 10). Dios ha revelado sus secretos a sus hijos, pero son tan profundos, que solo los comprendemos en parte. La maravilla de la cruz la puede entender un niño en la fe, pero es tan profunda que ni el santo más maduro la puede sondear. Lo mismo ocurre con el futuro que el Señor tiene preparado para los que le aman. Excede todo poder de nuestra imaginación. Sólo podemos sondear superficialmente lo que significa para la Iglesia ser la Novia de Cristo y reinar con Él. No tenemos ni idea de la magnitud del universo, mucho menos de cómo vamos a reinar con Cristo sobre él. ¿Cuál será la magnitud de nuestra transformación que nos capacitará a ocupar este lugar tan superlativo y llevar a cabo tal incomprensible tarea? Y si nuestra idea de lo que Dios tiene preparado para nosotros es pequeña, ¿cómo será de pequeño nuestro concepto de Dios?
 
            El telescopio y el microscopio más poderoso nos revelan una pizca de la grandeza de la magnitud del macrocosmos y de la profundidad insondable del microcosmos. Si hasta dónde llega la mente humana no comprendemos la inmensa grandeza del mundo creado, ¿cómo será de grande el Dios que todo lo ha ideado? Solo podemos decir que sus planes para nuestra eternidad serán dignos de la Mente que los planeó, nacidos de un amor que no tiene medida. ¡Los creyentes en Cristo somos de todos los hombres los más afortunados!
 

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