“Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:6-8).
Lectura: 1 Tim. 6:9, 10.
El apóstol Pablo concuerda con el Señor Jesús. La enseñanza de ambos en cuanto el dinero es que pasemos con lo mínimo en cuanto a bienes de este mundo. Limita lo imprescindible a comida y ropa. Con esto debemos estar contentos. El pecado no consiste en tener más, sino en la avaricia, el deseo insaciable de tener siempre más, de no estar contentos con lo que tenemos, aunque sea mucho, sino siempre desear más.
Conocemos muy de cerca a una pareja que se mataba trabajando para tener más y más y más. Tenían tres cafeterías y cuando se presentó la posibilidad de comprar una cuarta, la compraron. La responsabilidad ocupaba todo su tiempo. Otros estaban criando a sus hijos. Ni tenían tiempo para ellos mismos como pareja. Tenían una casa preciosa que salía en anuncios de la televisión. No faltaba ningún lujo. ¿Y qué pasó? El matrimonio se quebró y cayó aquella casa, y fue grande su ruina. Y dirás: “Claro, gente del mundo”. No. Los dos profesaban fe en Cristo y formaban parte de una iglesia local. Lo que pasó es que esta casa no estaba construida sobre la roca, que es obediencia a la Palabra de Dios: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca” (Mat. 7:24). Estaba construida sobre la codicia, el afán material.
El Señor Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas” (6:33). ¿Qué cosas? Comida y ropa. Pero no estamos contentos con esto, queremos mucho más. Profesando fe en Cristo, muchos no buscan primero el reino de Dios y su justicia, sino las cosas materiales, y no buscan la justicia, o sea, una vida de santidad, sino la comodidad y los placeres de este mundo y la satisfacción de los deseos de la carne. Esto es lo que se observaba con esta pareja. Cuando salió la verdad, estaban gastando su fortuna, pues tenían mucho dinero, en cosas ilícitas. Porque con el dinero viene la tentación: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Tim. 6:9, 10). ¡Qué pena más grande! Parte de la familia ha ido a unas vacaciones lujosas para consolarse, pero ¿qué consuelo hay para los que se han hundido en destrucción y perdición? El único es el de siempre: el arrepentimiento y una nueva vida en Cristo. Esperamos que lo acojan, porque los amamos. Todos sufrimos cuando vemos a nuestros seres queridos atrapados en las redes del materialismo. ¡Qué pena más grande!
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