“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1, 2).
Lectura: Rom. 5:3-5.
Los resultados de la Cruz llegan muy lejos. La muerte de Cristo fue un solo evento en la historia, pero cambió el curso del mundo. Puso al revés la muerte y la putrefacción introduciendo paz con Dios que desencadena un proceso que acaba con el hombre disfrutando de la gloria de Dios. El hombre muerto y podrido termina siendo glorificado eternamente de tal manera que el resultado final supera el Edén.
El Apóstol Pablo menciona tres resultados principales de nuestra justificación por fe en la muerte de Cristo en nuestro lugar: tenemos paz con Dios, entramos en la esfera de la gracia de Dios, y tenemos una esperanza deleitosa. ¡Con estas tres cosas tenemos todo resuelto!
La paz de Dios es la ausencia de guerra y también es un estado emocional. Ya no somos enemigos de Dios bajo su ira por nuestra rebeldía, esperando el castigo que nuestros actos merecen, sino que hemos sido reconciliados con Él, con nuestra deuda saldada. Jesús pagó lo que nuestros pecados merecían. Esta paz es una cosa legal y, a la vez, es una sensación de completo bienestar. Somos del Señor y Él es nuestro. Esta relación da paz. La paz de Dios gobierna nuestros corazones. Cuando notamos que la paz se ha ido, averiguamos la causa y la recuperamos. Vivimos constantemente en esta paz.
Ahora nos movemos en el ámbito de la gracia de Dios. Dios es por nosotros. Sus riquezas nos llegan del cielo para satisfacer todas nuestras necesidades siempre que nos estemos moviendo dentro de su voluntad. Por su gracia tenemos la fuerza que necesitamos, la sabiduría, la dirección, la corrección, el poder, la ayuda, el consuelo, el amor, y todos los bienes espirituales, emocionales y materiales que necesitamos para servirlo y vivir para Él. En esta gracia estamos firmes, estables y tranquilos.
Y tenemos esperanza, tanto para esta vida, como para la otra. No estamos derrotados, desorientados, deprimidos, desesperanzados, cansados de la vida, y sin motivos para vivir. Todo lo contrario. Y esto no es por un optimismo humano, sino la presencia de Dios a nuestro lado, por las promesas de su Palabra, por su pueblo que nos acompaña en nuestro peregrinaje, y por su Espíritu que reside dentro de nosotros, animándonos y amándonos. Nuestra esperanza para la vida venidera es brillante, más allá de lo que podemos imaginar, esperanza en lo que tendremos y también en lo que seremos. Todo esto queda por ver, pero, como tenemos un Dios Creador de maravillas, sabemos que la realidad superará todo lo que podríamos esperar.
Teniendo paz con Dios, la gracia de Dios y la esperanza en Dios, que las disfrutemos al máximo ahora en esta vida, no olvidando nunca cómo fueron procuradas y a qué precio, y démosle gracias al Señor Jesucristo continuamente por ellas.
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