“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible” (1 Pedro 1: 3, 4).
Lectura: 1 Pedro 4-7.
Hace muchos años, en medio de pruebas fuertes y desafíos a mi fe, recuerdo animándome, cantando un himno que decía: “A menudo el día parece muy largo, y las pruebas difíciles de soportar. Somos tentados a quejarnos y a desesperar, pero Cristo pronto vendrá para llevarse a su Novia, las pruebas acabarán para siempre en aquel día eterno”. Y el coro decía: “Todo valdrá la pena cuando veamos a Jesús, las pruebas de la vida parecerán pequeñas cuando lo veamos a Él. Una sola mirada a su cara amada erradicará toda tristeza; así que, corred la carrera con gozo, hasta que lo veamos a Él”. Yo pegaba un gran salto desde el presente hasta la eternidad y encontraba consuelo olvidando el presente, pensando en lo que me esperaba en aquel día. No entendía el motivo por el sufrimiento presente. Pues, en este pasaje el apóstol Pedro explica la necesidad y el propósito del sufrimiento presente.
Pedro empieza su epístola hablando de la herencia que tenemos guardada en el Cielo, pero en seguida cambia de tono y explica que en el presente tenemos que pasar por muchas y variadas pruebas para demostrar que nuestra fe es genuina, para purificarla y para prepararnos para todo lo que nos espera. El astronauta sin su traje espacial no podría ir a la luna, y nosotros no podríamos ir al Cielo sin la vestidura blanca tejida por el sufrimiento. Este es el propósito del sufrimiento actual. Antes creía que, puesto que el Cielo es tan maravilloso, ¡sería mejor morir para escapar a todo este sufrimiento! Pero no estaba preparada para estar con Cristo todavía. Nuestra herencia es tan gloriosa que hemos de cambiar mucho para encajar en ella; por eso el proceso es tan doloroso. Hemos de ser purificados y hechos santos por medio de todas las cosas que sufrimos. Al mantener nuestra fe viva en medio del dolor intenso, Dios la purifica y nos prepara para su reino eterno que es magnífico más allá de toda descripción.
Vamos a echar un vistazo a lo que el apóstol Pedro dice al respecto. Hay que leer 1 Pedro 1 varias veces hasta ver el hilo conductor. Veámoslo de forma compacta: “Dios nos hizo renacer para una esperanza viva… para una herencia incorruptible… Sois guardados mediante la fe para alcanzar la salvación… en lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora es necesario que tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que vuestra fe sea hallada en honra cuando sea manifestado Jesucristo… obteniendo el fin de vuestra fe que es la salvación de vuestras almas. Los profetas anunciaban de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. Por lo tanto, sed santos, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación. Cristo resucitó para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos por la Palabra de Dios” (1:3-25). Somos salvos y purificados por medio del sufrimiento para entrar en nuestra herencia eterna. Jesús marcó el camino: sus sufrimientos antecedieron a su gloria. No nos podemos saltar el sufrimiento presente porque es la necesaria preparación para la gloria que seguirá, tal como pasó con Jesús. Purificados tendremos una entrada gloriosa en su reino eterno.
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