LAS IDENTIDADES QUE TENEMOS

 

“… (como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17).

Lectura: Romanos 4:18-22.

Alguien ha dicho que tenemos al menos tres identidades:

  • La persona que pienso que soy (además de la persona a la que aspiro ser, la que anhelo ser, la que antes era, la que el diablo me ha hecho creer que soy o que debo ser).
  • La persona que otros piensan que soy (y prácticamente cada uno tendrá una versión un poco distinta de mí).
  • La persona que Dios dice y sabe que soy en Cristo. Aquella persona es la que Dios creó para que lo fuese, la que Dios preconoció y amaba, es decir, el “yo” ya libre del pecado en el Calvario. Esta es la única versión exacta porque está fuera del tiempo.

Nosotros nos vemos tal como somos ahora, pero Dios nos ve, no como somos, sino como nos llamó para que lo fuésemos. Nos da una identidad, no basada en nuestro pasado, sino en nuestro futuro, cómo seremos. El secreto es recibir esta identidad y creerla antes de serla. Hemos de vivir como si ahora fuésemos lo que seremos en la eternidad. Así que nuestro nombre ya no es “Rechazado”, sino “Mi Amado”. Ya no es Débil, sino Poderoso. Ya no Derrotado, sino Victorioso. Nos ha dado un nombre de lo que todavía no es. Recibe lo que todavía no es, y será.

Dios dio un nombre a Abraham que en hebreo significa “Padre de multitudes” antes de que lo fuera. Lo mismo pasó con José, que significa “Aumentará”. Gedeón significa “El que derrota”. Pedro fue un hombre de mucha pasión y poca estabilidad, sin embargo, Dios le dio el nombre Petrus que significa “Roca”. Él llegó a ser una roca firme.

La totalidad de lo que seremos, aún no la sabemos: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es” (1 Juan 3:2). ¡Habrá un cambio enorme en nosotros cuando veamos al Señor! El apóstol no entra en detalle; se limita a decir que seremos semejantes a él. Tiene que producirse un cambio enorme si vamos a ser la Esposa de Cristo. “Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen. 2:23). Si el matrimonio humano es un anticipo de la relación entre Cristo y su Iglesia (Ef. 5:32), ¡lo que dijo Adán se cumplirá en nosotros! Seremos hueso y carne con el Señor. Y esta es nuestra identidad futura. Así es como Dios nos ve ahora: nos ve como la persona que Él creó para que fuésemos la Esposa de su Hijo. ¡Con este pensamiento tenemos material para pensar durante rato! Y el apóstol Juan añade: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). Alabado sea el Señor.      

  

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