“Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5:16).
Lectura: Lucas 5:12-16.
El contexto de nuestro versículo es aleccionador. Empieza diciendo: “Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (5:12). Este detalle, que el hombre estaba lleno de lepra, nos llama la atención. No tenía un poco de lepra, sino mucha. Esto significa que estaba en la fase terminal de la enfermedad. No obstante, tenía fe para creer que Jesús podía sanarlo. No consideró que su enfermedad estuviese demasiado avanzada. Era un hombre de mucha fe, pero sabía que la fe no es la única cosa que hace falta para que el Señor haga un milagro: tiene que encajar dentro de su voluntad. Aceptaba que el Señor determinara cuándo hacer un milagro y cuándo no. No es su voluntad siempre. Y parece que, si no hubiese sido su voluntad, el hombre lo habría aceptado. Esto no quitaría su fe en que Jesús podía sanar. Estaba convencido que sanar, podía, pero querer sanar, no se sabía.
Es un gran momento en nuestra vida cuando llegamos a la misma conclusión. Requiere mucha fe y mucha humildad aceptar un “no” sabiendo que Dios lo podría haber hecho. Aceptar un “no” requiere creer que, si el Señor dice que no, tiene un motivo detrás que es un motivo para bien. Nosotros no tenemos que saber el porqué. No vamos a pedir explicaciones, sino seguir confiando. La petición está hecha. La respuesta queda dentro de la perfecta voluntad de Dios.
“Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio” (5:13). El Señor dijo que sí, que quería: “Y al instante la lepra se fue de él”. Pero no fue la voluntad del Señor sanar a toda la gente que se presentó en días sucesivos, ¿o sí? Esto es lo que Jesús tuvo que averiguar. Su fama iba creciendo. La gente venía de todas partes buscando sanidad. Otros querían oírlo. ¿A cuál de las dos cosas tenía que dar prioridad? Nosotros lo tendríamos muy claro. Pensaríamos: “Si nuestra fama se va a extender, nos tenemos que quedar donde estamos y sanar a todos, porque esto beneficiará al Reino. Hay mucha necesidad. ¿Cómo vamos a dejar a la gente sin atender? Por amor a nuestra fama y por amor a las necesidades de la gente, tenemos que quedarnos aquí y dedicarnos al ministerio de la sanidad. La necesidad constituye una llamada, ¿no?”. Pero no siempre. Hay que preguntar al que nos envió, como hizo Jesús: “se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (5:16).
Dios sabe dónde tenemos que estar, y no es siempre en el lugar donde más útiles nos vemos. Y no siempre tenemos que atender a la necesidad más apremiante. Puede ser que Dios nos quiera en un lugar donde no vemos nuestra utilidad, o dejando una obra importante para hacer otra (ver Marcos 1:35-38). Una de las lecciones más importantes que los discípulos iban a aprender de esta experiencia era que, para determinar dónde tenemos que estar, y qué tenemos que hacer, hemos de orar. No depende de la necesidad; depende de la voluntad de Dios. La oración es vital para que acertemos cuál es la voluntad de Dios. El leproso “oró”: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”, y Jesús lo sanó. Jesús oró pidiendo dirección, y Dios lo llevó a otros lugares, a atender a otros enfermos. Éstos quedaron atrás (Marcos 1:45).
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