“Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Creído en el mundo, Recibido en gloria” (1 Timoteo 3:16).
Lectura: 1 Tim. 3:14-16.
Pablo aquí, en medio de su carta a Timoteo, cita un himno cantado por la iglesia primitiva que da un breve resumen de doctrina básica cristiana con la cual tiene que estar de acuerdo todo cristiano. Para nosotros no hay nada misterioso en el “misterio de la piedad”, porque Dios nos lo ha dado a conocer, pero para el mundo pagano era incomprensible. Vamos a desglosarlo:
“Dios fue manifestado en carne”. Los mejores manuscritos rezan “Él fue manifestado en carne”, indicando que antes existía en otra forma. ¿Quién es este “Él”? Es una referencia evidente a la encarnación. El que eternamente existía como Dios, el eterno Hijo del Padre, el Verbo, tomó un cuerpo mortal (Juan 1:14; Fil. 2:6, 7; Col:2:9), y vino a vivir entre nosotros.
“Fue justificado en Espíritu”. El sentido es que Jesús fue vindicado por el Espíritu Santo. El Espíritu dio testimonio de que era el Hijo de Dios. Esto ocurrió en su bautismo cuando el Espíritu descendió sobre él: “Y Juan dio testimonio, diciendo: He contemplado al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él… El que me envió a bautizar en agua… me dijo: Sobre quien vieras que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ese es el que bautiza en Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Juan 1:32-34). Desde entonces Jesús llevaba a cabo su ministerio en el poder del Espíritu: predicaba, sanaba y sacaba fuera demonios. Murió y su vindicación final de que era el Hijo de Dios fue cuando el Espíritu lo resucitó de entre los muertos (Rom. 1:4).
“Fue visto por los ángeles”. Los ángeles fueron testigos en todos los momentos más importantes de la vida de Jesús. Estuvieron presentes en la anunciación, en el momento de su nacimiento, después de su lucha con el diablo en el desierto, en su resurrección y en su ascensión. Toda su obra fue contemplada por el mundo espiritual, tanto por los ángeles buenos como por Satanás y sus huestes espirituales. (Ver Mat. 2:13, 19-20; Luc. 2:9-14; Mat. 1:20, 21; Luc. 1:26-38; Mat. 4:11. Luc. 22:43; Mat. 28:2-7).
“Fue proclamado entre los gentiles”. La mayor parte de su ministerio fue dedicado a “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, pero hubo presagios que indicaban que el Evangelio era destinado a todo el mundo, el primero de ellos siendo la visita de los magos de oriente (Mat. 2). Mateo 5:8-13 habla de la fe del centurión romano. Mat. 15:21-28 relata la fe de la mujer cananea, y tenemos la profesión de fe del centurión en la crucifixión (Mat. 27:54). Justo antes de su ascensión Jesús mandó a sus discípulos a llevar las Buenas Nuevas al mundo entero (Hechos 1:8). El resto del libro de Hechos relata cómo lo hicieron y la respuesta de parte de miles de gentiles, su fe en Jesús y su incorporación a la Iglesia.
[1] Un breve resumen del comentario de D. F. Burt, sobre 1 Timoteo, Andamio.
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