LOS DESVIADOS EN CONTRASTE CON EL SIERVO DEL SEÑOR

 

“Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; unos son para usos honrosos, y otros para usos viles” (2 Timoteo 2:20).
 
Lectura: 2 Tim. 2:15-19.
 
            Hay un contraste muy grande entre una persona que puede ser útil para el Señor y una que no lo es, y no tiene tanto que ver con sus estudios, sino con su carácter. Pablo escribe a Timoteo: “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil para el Señor, dispuesto para toda buen obra” (2:21). ¿De qué cosas? De contención sobre palabras, de “vanas palabrerías”, de torcer la Palabra, de la impiedad, de desviarse de la verdad, de pasiones juveniles, de cuestiones necias que engendran contiendas, de ser contencioso. Esta gente ha naufragado en la fe, han caído en la trampa del diablo, son mentirosos e hipócritas, se meten donde no se les llama, son engreídos, buscan dinero y se han desviado de la fe. “Su palabra carcomerá como gangrena” (2:17). Siguen las enseñanzas de demonios y se oponen a la sana doctrina.
 
El siervo de Dios tiene que poner de su parte para restaurarlos, siendo él manso y humilde al hacerlo: “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2:24-26).
 
            El Siervo del Señor no entra en discusiones con esta gente, sino que demuestra un carácter muy diferente que el suyo. Si ellos son orgullosos, él es humilde. Si ellos son contenciosos, él es manso, amable y paciente. Él no los va a cambiar por ganar un argumento con ellos. El único que puede cambiarlos es Dios. Por eso el apóstol dice: “por si quizá Dios les conceda que se arrepientan”. No solo tienen que cambiar sus ideas, esto no es suficiente. Tienen que arrepentirse, y solo el Espíritu de Dios puede llevarlos al arrepentimiento y darles el poder para cambiar su manera de ser.
 
            El siervo del Señor está dispuesto a sufrir penalidades como buen soldado, no se enreda en los negocios de la vida; su meta es agradar a Aquel que lo tomó por soldado (2:4). Lucha como atleta, legítimamente, según las normas espirituales. Es disciplinado, dedicado y trabajador, como un labrador. Está dispuesto a sufrir por causa del evangelio: “Todo lo soporta por amor a los escogidos” (2:10). Ama a los demás más que a sí mismo. Está dispuesto a sufrir por ellos si hace falta con tal de ayudarlos. Es fiel; no niega al Señor, sabiendo que, si lo hace, el Señor lo negará a él (2:12).  
 
            El siervo del Señor tiene un carácter hermoso, como su Señor. No gana las batallas por ser más fuerte que el otro, sino por su fidelidad al Señor, por saber cómo luchar en las batallas del Señor, legítimamente, no con gritería, ni con manipulación, ni por imposición, sino por amor al otro, con paciencia y mansedumbre y con el deseo sincero de ayudarlo a escapar del lazo del diablo y ser transformado por el Señor mismo, quien es el Único que puede cambiar al corazón rebelde, y convertirlo en otro siervo fiel al Señor Jesucristo.

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