“¡Mas, ¡ay de vosotros, fariseos! Que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello” (Lucas 11:42).
Lectura: Lucas 11:43, 44.
Siempre que leemos estas palabras pensamos: “¡Qué malos eran los fariseos! Eran una aglomeración de hipócritas. Bien merecen la reprimenda del Señor”. Después de todos estos años he aprendido que el “¡ay!” del Señor no es una expresión de condenación y juicio, sino un “¡ay!” de pena. Jesús siente compasión de ellos. Esto lo cambia todo. Él no está diciendo que bien merecen lo que les caerá encima bajo la ira de Dios, sino que lo conmueve su equivocación y siente pena por el estado en que se encuentran. Jesús no quería condenarlos, sino salvarlos, pues no vino para condenar, sino para salvar (Juan 12:47). En esta expresión de pena contemplamos el corazón de Jesús lleno de amor por los más religiosos que se esfuerzan por hacerlo todo perfecto en cumplimiento de la ley, pasando por encima de lo más importante, que es la justicia y el amor de Dios.
Esto nos lleva a pensar en nosotros mismos. ¿Estoy yendo a la iglesia, participando en sus ministerios, cantando fuerte en las alabanzas, compartiendo las Escrituras, y haciendo muchas cosas visibles, que son buenas, mientras que hay injusticia en mi vida, o dejo de practicar el amor de Dios hacia aquellos con los cuales convivo? ¿Siento compasión por los que participan en los cultos cuando parecen querer llamar la atención sobre sí mismos? ¿Desprecio a los que saben menos que yo? ¿Critico a algunas mujeres por su forma de vestir? ¿Estoy esperando que Dios castigue a los que no comparten mi doctrina? Sí, soy muy espiritual, ¿pero he olvidado el amor de Dios? ¿Lo manifiesto? ¿Alguna vez he pedido que Dios tenga compasión de mí porque no soy mejor que los fariseos? Ni diezmo la menta y la ruda, mucho menos muestro el amor de Dios.
El próximo “ay” de Jesús me llega aún más directamente: “¡Ay de vosotros, fariseos! Que amáis las primeras sillas en las sinagogas” (11:43). Aprendí que la primera fila de sillas en la sinagoga miraba hacia la congregación, mientras las otras filas miraban hacia delante. De esta manera todo el mundo estaba mirando a los fariseos más importantes que estaban sentados delante de ellos. ¿Quiero ser visto y admirado por los hombres? ¿Esto es lo que me mueve? ¿Cuál es mi motivación en mi servicio? ¿Quiero que la gente me diga que lo he hecho muy bien? Si nadie me dice nada, ¿me ofendo? ¡Qué traidor es nuestro corazón! ¡Cuánto nos cuesta estar motivados por el amor de Dios y no por la alabanza de la gente! ¿Sirvo porque amo a la gente, o porque me amo a mí misma? Las palabras de Jesús me quebrantan.
Si el estado de mi corazón no es como debe ser, muevo a compasión al Señor. Él está lleno de amor por mí en mi equivocación y su corazón se extiende hacia mí para ayudarme. Este es el Salvador que tengo.
[1] Basado en un estudio expositivo del Evangelio de Lucas del 24/1/24 dado por David Burt por Zoom. (Si te interesa conectar con estos estudios, ponte en contacto con nosotros por medio de esta dirección).
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