“Acordaos de mis prisiones” (Colosenses 4:18).
Lectura: Hechos 26:29; 28:20; Ef. 6:20; 2 Tim. 1:16.
Con esta frase conmovedora Pablo se despide de sus amados hermanos de la iglesia de Colosas. No empieza la carta explicando en qué condiciones se encuentra en la prisión, lo deja hasta el final. Al despedirse de los hermanos, los deja con este último retrato de él, de su apóstol en cadenas.
El apóstol hace referencia a sus cadenas en otros contextos. En su juicio ante el rey Agripa Pablo dijo: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hechos 26:29). Predicando a los judíos de Roma, Pablo dijo: “Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena” (Hechos 28:20). A la iglesia de Éfeso, Pablo escribe: “…orando en todo tiempo con toda súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí… para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas” (Ef. 6:18-20). Y en su carta a Timoteo, su hijo en la fe, dice: “Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas” (2 Tim. 1:16).
No fue fácil para Pablo estar encadenado. Él no encubría su incomodidad y la vergüenza que sentía al ser tratado de esta manera. Su actitud no fue triunfalista, sino realista. Estar encadenado era un estigma, aunque injusto, contra él. No escondía su sufrimiento de los hermanos. Lo reconocía y pedía su ayuda en oración para superarlo, para vivir por encima de esta circunstancia desagradable. Buscaba la comprensión y solidaridad de los hermanos, su compasión y solicitud a su favor, y con franqueza compartía su necesidad abiertamente con ellos.
Hay hermanos que no quieren compartir sus dificultades. Las esconden y hacen ver que todo va bien con ellos. Puede ser que sientan vergüenza al no estar bien. Dan la impresión de que no tienen ningún problema en la vida. Algunos crean otro mundo para no enfrentar su propia realidad ni a ellos mismos. Otros buscan una evasión, como la televisión o el alcohol para distraerse. Pablo no era de éstos. Nombraba el problema y pedía oración. Quería que sus hermanos participasen en su dolor. Buscaba su apoyo. En medio de su aflicción cada uno tiene que descargarse con el Señor, recibir sus promesas, cobrar ánimo, consuelo y apoyo, pero también de los hermanos. Son un gran consuelo, de mucha ayuda, y una gran fuente de ánimo. En nuestras aflicciones los hermanos son un regalo de Dios. Su amor y comprensión da mucho alivio. Muchos pueden dar fe de que la ayuda de los hermanos en medio de la prueba ha sido vital, que Dios los ha usado para fortalecerlos y ayudarlos a soportarla. Saber que están orando con toda perseverancia y súplica no sólo consigue que nos venga ayuda del Cielo, sino que nos une al hermano y nos hace la carga mucho más llevadera. Muchos de nuestros hermanos están en cadenas difíciles de llevar; sufren limitaciones importantes. Seamos fieles en recordarlos delante del Señor y en apoyarlos con nuestras palabras de ánimo.
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