“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Lectura: 2 Cor. 5:14-17.
El momento de nuestra conversión es trascendente. Pasamos del reino de las tinieblas al reino de la luz, de la familia de Satanás a la familia de Dios, de la condenación a la salvación, de la enemistad con Dios a tener paz con Dios, de la muerte a la vida. Hemos nacido de nuevo y tenemos una nueva vida; somos personas nuevas. Empezamos nuestra nueva vida como bebés con todo un camino de madurez por delante, como cuando nacimos la primera vez, no como una página en blanco, sino como personas con muchas tendencias y actitudes pecaminosas que hemos de ir transformando. Hemos sido crucificados con Cristo a lo anterior y ahora tenemos que continuar muriendo en aquella cruz con Él hasta que estas cosas viejas estén totalmente muertas: “Si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (5:14, 15).
El día después de nuestra conversión todavía arrastramos las cosas del carácter de la vieja vida, porque no han terminado de morir aún. Si nos convertimos con un brazo roto, el día siguiente sigue estando roto en proceso de sanarse. Cuando nos convertimos estábamos acostumbrados a salirnos con la nuestra, a vivir por nuestras emociones, a comer y beber lo que queríamos, a gastar el dinero como nos parecía bien; teníamos actitudes mundanas en cuanto al pelo y la manera de vestirnos, a la manera de hablar: decíamos lo que venía a nuestra mente, con el vocabulario de la calle; expresábamos nuestra sexualidad a la manera del mundo; gastábamos nuestro tiempo como nos parecía, reaccionábamos y nos enfadábamos según nuestro carácter, y nuestros amigos eran los que pensaban como nosotros.
La obra transformadora del Espíritu Santo es lenta, y es necesario que sea así. ¿Te imaginas si el día después de tu conversión te levantas y vas al armario para elegir una prenda para ponerte, extiendes tu mano para coger una blusa, y el Espíritu Santo te dice: “Esta no, no te la pongas”; y luego vas a desayunar en el bar, y te dice: “En aquel sitio, no”; y te vas a otra cafetería, y te dice: “Aquel desayuno no es sano”; y si miras a la agenda pensando que ibas a hacer esto y aquello, te dice: “No; tengo otro plan para tu día”; etcétera? Estarías anulada. Es poco a poco que tienes que ir incorporando nuevos hábitos. Tu carácter no cambia de la noche a la mañana. ¡Cambiar, ha de cambiar!, pero lentamente, con tu colaboración, para conservar tu libertad como persona. No nos convertimos en robots de Dios, sino en personas libres que decidimos hacer la voluntad de Dios de corazón. Así que vamos poco a poco, colaborando con el Espíritu Santo, hasta ganar todo el terreno de nuestra vida para Dios. Somos nuevas criaturas en Cristo, y poco a poco vamos cambiando para mostrarlo en todos los aspectos de nuestra vida.
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